miércoles, 1 de diciembre de 2010

¿The End? Casi seguro...

Es bastante probable que deje de escribir definitivamente en este blog,
pero como tampoco quiero eliminar forever and ever La Arcadia Infeliz del espacio cibernético
(aunque con ello corra el riesgo
de convertirla en basura ciberespacial)
la dejaré tal cual, por ahí, flotando,
por si alguien quiere leerla.

Es bastante probable que el señor Grecco
se vaya el año que viene
(¡falta sólo un mes!)
a su bonita isla mediterránea
para iniciar una nueva vida
y que no vuelva a esta ciudad cantábrica
en mucho tiempo,
pero, de todos modos,
dejaré este
The End
abierto.

Y por esto ,
ni me despido
ni doy las gracias...

jueves, 21 de octubre de 2010

Bolaño


Oda al escritor triste
de la mirada desapasionada, sincera, real...
"¿Cómo quiere que le mire si sé cómo funciona todo?",
parece querer decirnos esa pupila oscura
tras la lente talentosa de monstruo ejemplar.
Él siempre se supo desgraciado
pero luchó sangre y tinta
por ser leído,
y nunca dejó de seguir escribiendo.
Acumuló rechazo tras rechazo,
ninguna editorial le quería,
y en su pluma de exhiliado
americano, latino, del sur,
en tierras catalanas,
no cesó en su empeño:
siguió tejiendo vidas sobre el papel.
Él sabía que algún día jugaría en primera
pese a que su profesión despertara
la burla amable
de su fauna humana.
Era pobre, no publicaba, pasaba frío
y miseria,
y su único patrimonio eterno
lo constituían unos cuantos recuerdos,
unos buenos, otros gamberros, malos el resto...
Pero él, él seguía creando y maquinando lo irreal, ¡qué más le daba lo demás!
Se sabía escritor y acataba con responsabilidad infernal
su tarea, don, deber...etc.
Acabo de ver un buen documental
sobre su vida y milagros (¿se nota?).
Bolaño alcanzó la fama en la mitad de la cuarentena
(tras un puñado de premios literarios
más bien humildes),
y murió apenas inaugurado
el tercer milenio.
Bolaño, de nombre Roberto...
Sólo he leído sus cuentos,
sus detectives salvajes y su número
bestial
me aguardan
en algún oscuro y polvoriento rincón de la
biblioteca del casco viejo.
Las buscaré, las obras del bueno de Bolaño...
Bolaño, el ¿infrarrealista? El que inventaba personajes
a raíz de seres y amigos de su entorno,
y cuando éstos se portaban mal
amenzaba con asesinarlos en la ficción.
Qué cosas...Y dicen en el documental que
como la gloria le llegó tras haber vivido
mil y una calamidades,
todas las paridas de la celebridad paperil
no le afectaron lo más mínimo:
le pillaron duro y frío como una roca ártica.
Buen ejemplo a seguir, ¿no?
Por cierto, amaba "La invención de Morel",
libro que anda por casa. Lo leeré...
Y por cierto, se burlaba de los pequeños certámenes literarios
que saturan España.
Este sábado,
Servidor va a recoger uno...
Dios te tenga bien guardadito,
en la suite de los escritores
malditos
(amigo
Bolaño).

El Destino no existe...


no nos engañemos...
Es bonito cederle a otro
toda la responsabilidad de lo que
nos pase,
SÍ,
pero no es ni justo,
ni racional,
ni maduro.
El Destino no existe,
si es que llegaste a pensar,
oh, ingenuo,
que la veleta de tu existencia
correría a cargo
de otro,
ente abstracto,
padre o madre,
dados malditos,
cara o cruz
de una moneda criminal.
No es así,
el Destino, el Dios, el ser superior,
varita mágica, ángel de la guarda,
querubín custodio,
no existe, es superchería,
aire, sueño, imposible.
De ti depende todo,
el cómo vivas,
el cómo
termines tus días.
No esperes que sea un embuste
el que dirija tu nave:
naufragarás en la más honda
DECEPCIÓN.

viernes, 15 de octubre de 2010

Ella

escribe para que la amen, para que la quieran, para que le recuerden que está viva, joven y sana...

Escribe para que le remarquen: "¡Un, dos, tres: despierta!" La vida es ESTO, o lo tomas, o lo dejas...

Ellla...Qué pena me da...Siempre, tratando de dar pena a los demás...

Ella...Que se conoce de sobra las reglas del JUEGO, pero que se hace la tonta...Tonta, TONTA, tonta...

Ella...Le da el hipo cuando bebe más de la cuenta (últimamente, bebe más de la cuenta a menudo) y cree que ÉL vendrá a salvarla...Estúpida, pobre, me das una mezca de PENA y ASCO...: ¿no sabes que sólo te tienes a ti misma? Él NO existe...

Ella...Si alguien se diera cuenta, si alguien se dejara ser ayudado por ti mientras te ayudara...Las cosas te irían mejor...

Ella...Torturas tu cuerpo y tu alma, ¿acaso te crees inmortal?

Ella...Tu cuerpo te vence (una vez más): vete a dormir, que lo necesitas...

jueves, 7 de octubre de 2010

Yo...


pero qué tonto he sido, ¡por Dios! Qué tonto, sumamente tonto...
En todo, quiero decir...Sobre todo en cuanto al amor, EL AMOR, Amor, amor...

Pensé que las cosas se harían solas, y que solas surgirían, se perfeccionarían y estallarían...

Y no, no es así...
La vida es esfuerzo; la vida es sufrimiento, trabajo y recompensa y todas esas cosas que predicaban nuestros padres como autómatas (sin que nosotros les creyéramos, acusándoles de exagerados).
Qué estúpido fui al considerarme especial, independiente, clásico, individualista, digno (sobre todo, digno), merecedor de que todo se hiciera según mis deseos sin que yo tuviera que mover ni uno solo de mis pagados de sí mismos dedos...
Yo quería que la persona elegida me eligiera a mí, así de fácil, como en cuento de hadas, con un chasquido de dedos, sin que tuviera que hacer nada. Ella vendría y me diría: yo, te amo. Y el cielo se abriría en dos, y ambos, fundidos en un beso de azufre y glucosa, nos elevaríamos al dichoso firmamento, y reinaríamos por los siglos de los siglos empachados de amor inmortal. Y punto y final. Y todo, sin hacer nada. Amor, el amor: eso no es amor. Yo...Fui estúpido, ahora me doy cuenta. Lo único bueno de cumplir años: los hechos confirman las peores sospechas. La sencillez brilla por su ausencia a la hora de conquistar ambiciosas metas.
Por lo tanto...¡escúchenme, incautos lectores de La Arcadia Infeliz! Si aman ahora mismo, ¡confiésenlo a su idolatrado/a ahora mismo! No después, mañana, ni más tarde, ni cuando llegue el momento, se dé el caso o la savia del alcohol le haga a uno las entrañas de acero. No, ¡NO! Ahora-mismo. Declaren su amor a su amado ahora mismo. ¿El rechazo? No entiendo la palabra. Yo, en esta ocasión, les estoy enseñando a ser valientes. No me hablen de Fracasos Ejemplares. Pese a que de esa materia sé un rato, no es el momento de ilustrarles sobre ello...Aguarden. Y hoy hagan sus deberes: declaren su amor. Después, puede ser tarde...

viernes, 1 de octubre de 2010

Eclosión (paranoia otoñal)


La conjura de los tormentos pasados llegó a su fin,
y el pequeño y viscoso gusano nocturno
supo que era el momento:
de renacer en otro cuerpo.

Se encaramó a lo alto de la roída hoja,
que coronaba su casita arbórea,
así, a modo de altar,
y se deleitó en su imagen
de manjar sacrificado a los Dioses.

¿Su propósito?
Que aquella piel sucia suya,
abyecta, repugnante, usada de tanto
fingir vivir cuando en realidad
era un abrigo muerto y apestoso,
liberara a su verdadera esencia.

Un rayo de sol rasgó con suma saña
el firmamento azul y frío como
la sangre de un demonio,
y el pobre gusanito
miró a los inexistentes
seres divinos antes de
sacrificar su pestilente disfraz:

"Necesito un cambio de piel",
se justificó innecesariamente.

Y lo dijo, y lo hizo, y se arrancó
la carne densa a tiras...

Algunas gotas de sangre espesa
salpicaron los redondos ojitos del insecto,
inyectados en destructivo deseo,
y el gusano atormentado
se vio de pronto negro y extraño,
y dolorido.
Pero un dulce bufido
fue suficiente para que el último rasguño
de dolor, allá, en su tronco mínimo,
despareciera: voilà! Surgieron dos alas,
gloriosas, oscuras y rojas, ¡he aquí la mariposa!

El gusano ya no existía, la princesa del aire le sustituía.

La difunta piel arrancada se caía del arbol al suelo,
como basura, excremento, horror etc...,
y la mariposa iniciaba soberbia su vuelo.
A reunirse con los suyos, a matar con su Belleza.
Qué feliz era, cómo surcaba los aires...

Qué feliz,
aún no sabía que las mariposas
no viven
más de
dos
días.


Si lo hubiera sabido,
habría echado de menos
su apestosa carne
de repugnante
gusano,
que se pudría,
que desaparecía...

lunes, 12 de julio de 2010

Tragedias ejemplares II

Ella, ella, ella...
La pregunta no es dónde está, ubi est?, ella,
y todo lo grande que nos aguardaba,
la pregunta es,
¿de qué sirvió? ¿De qué sirvió todo?
Sirvió de nada: de Nada. NADA.
Porque hubo, sí, hubo,
combates a muerte de miradas suplicantes,
allá, en los prolegómenos de la vida,
allá, en las aulas frías,
del colegio de niños ricos y tristes.
Sobrevivimos a la edad maldita,
a los estudios infinitos, y a las musas
sacrificadas,
crecimos y los niños morimos,
pero, ¡ay! ¿En qué lugar te perdí del todo?
Ahora lloro por la pizarra horrenda, los ojos
enrojecidos de hastío, los profesores apestosos,
las lecciones de guillotina...
Pude enamorarte allá, en la academia de
ovejas luciferinas,
¡gracias, gracias, años colegiales,
fuistes el lecho de mi amor bastardo!

La Humildad, la Humildad, la Humildad,
siempre rindiendo pleitesía a la Humildad...
Pero, ¿de qué carajo te sirvió la Humildad, madre?
¿De qué?
La cabeza baja, la espalda encorvada, la mirada suplicante,
el porte sombrío, las manos temblorosas.
Perdón PLUS perdón PLUS perdón...
Perdonadme por ser así, por tener,
1,2,3,100 cosas envidiables.
Compaderos, compadeceros, compadeceros de mí,
¡soy buena! ¡Venid y os lo demostraré!
La Humildad, ¿aún sigues, mamita mía,
postrada ante esa fulana?
Clama al cielo que así sea:
el enemigo se cebó más cruelmente al
descubrirte sierva de ella.

Moriré deshilachado
una tarde de lluvia sucia y sudorosa, tras un paseo oscuro.
Moriré sobre la cama fría
de mi Bilbao de pesadilla.
Moriré deshilachado,
con un tomo de Rimbaud entre las manos,
y cuando entierren mi cuerpo
se preguntarán (ellos, los ignorantes, los obtusos),
¿qué demonios leía este muchacho?
(si era joven, si era, sobre todo, Hermoso).

Tragedias ejemplares I, by Ian Grecco

(locuras imperdonables de una época difícil)

Buenos días, señor Psicólogo, ¿de qué sufro exactamente?
"Sufre usted de desidia, de desidia existencial, y además,
de simpatía (desmesurada) por el Abismo,
y para terminar, le cuento que tiene vértigo vital, ¿qué le parece?"
Pues me parece que es una lástima que la lobotomía se prohibiera, o eso creo...Un tal Tennesse me lo contó...

Odiadme, ¡odiadme! Odiadme, os lo suplico: quiero sentirme vivo.

Cada boquete de mi cuerpo puede segregar sangre. Soy un surtidor (contenido) de jugo de granadina maldita.

¿A qué saben las uvas de Proserpina?
No tengo la menor idea. Cuando yo deambulaba por el Hades, sólo comía manzanas...

Soy una alimaña de dos patas y un corazón. El cerebro me pesa, y no estoy seguro de seguir dando techo a mi pellejosa alma.

No me saquéis de casa: que me enamoro y no vuelvo.

Demasiada información para una sola vida: ¡no me da tiempo a escribirlo todo!

Me he sentado aquí, en el Boulevard de los Sueños Rotos,
y he pedido un café cortado con lágrimas.
Las obsesiones insanas cabalgan como demonios
en tardes de lluvia metálica como esta.
Pero las dudas se han resuelto:
Bilbao is my city; vosotros, mes amis...

Camino por las calles de Bilbao
como el bosquejo de una pesadilla,
los transeúntes me miran de reojo
temiéndose lo peor,
un marginal, un asesino, etc...
Pero topan con Belleza, y les choca, y dan
traspiés emocionados.
"¿Qué te hizo la puerca vida, muchacho hermoso?
Tú deberías adorarnos, y nosotros suplicarte,
tú deberías observarnos con desprecio,
y nosotros, con aire aplacado..."
Qué incoherentes sois, locos, tontos...
Si yo soy el Príncipe desterrado.
Dije adiós, para siempre, al Mare Nostrum,
"¡Bienvenido a Bilbao, garçon!
Petit derrotado,
aquí haremos de tus huesos y corazón calcinados
un Monstruo Ejemplar"

jueves, 24 de junio de 2010

Lo prometido es deuda (IV)

Y por último y no por ello menos importante (aunque esta forma es sólo válida para artistas especialmente talentosos y ambiciosos) en opinión de Enrique Cuervo Cassidy, también se vencería a la muerte sobreviviendo a nuestro propio fin a través del arte y a través de la popularidad que probablemente alcancemos gracias al arte, ya sea cine, literatura, pintura… Porque aunque en vida no podamos gozar de esa gloria inmortal que otorga el ser considerado, incluso ya muerto, un magno creador cuya obra merece pervivir eternamente, sí que podríamos adivinar su dulce sabor si comenzáramos a cultivarla mientras nos siguiera latiendo el corazón, es decir: comportándonos como si fuéramos celebridades inmortales desde ya. Se trataría de disfrutar de forma ficticia y prematura de algo que las leyes de la naturaleza nos impedirían. De locos, ¿no? Por supuesto: se trataba de la opinión de Henry…

Cuando salimos de Deustoarrak eran casi las diez de la noche. Era tarde y al día siguiente teníamos que madrugar para ir a clase. Henry y yo decidimos coger un autobús que nos dejaba casi en casa. Nos despedimos del taller con gran lástima. Nos hubiéramos quedado hasta bien entrada la madrugada hablando y hablando, pero ya habría ocasiones de volver a vernos. La agenda de mi casi inerte teléfono móvil estaba desbordada de nuevos números. Al parecer, ya tenía, entonces sí, algo parecido a amigos en Bilbao.

Lo prometido es deuda (III)

Tenía curiosidad por saber cuáles eran las otras “falsas enemistades” del grupo, pero ya lo descubriría con el paso del tiempo. Quizás Herny y yo podíamos iniciar una nueva, Rimbaud versus Verlaine, por ejemplo…

Saltaba a la vista que los miembros del taller eran grandes amigos fuera de aquella estancia y que compartían su tiempo libre. Sin ir más lejos, aquel fin de semana había un par de planes programados: ir al Museo de Bellas Artes para visitar una exposición sobre el surrealismo, y una visita a casa de Mariela para cenar y ver una película. Sonaba apetecible, y creí que comenzaba a flotar entre empalagosos algodones de color rosa cuando fui invitada a ambos eventos.
Mi forma de agradecer semejante gesto fue hablar más de mí, aunque me sentía tan halagada y mimada que lo hice, quizás, con demasiado énfasis, casi atropelladamente. Henry me miraba con ojos desbocados.

Les confesé lo poco que me gustaba Santa Clara, e incluso les hablé de mi experiencia teatral en Ceares. Me dio igual que Henry estuviera delante, me traía sin cuidado lo que pudiera pensar. Incluso me vi tentada a observarle desde un punto de vista maquiavélico, de decirme eso de que el fin justificaba los medios. Porque quizás sólo había utilizado a Henry para conocer a aquella maravillosa gente a la que yo parecía resultar interesante y simpática, y ya no tenía por qué entregarme en cuerpo y alma a una asfixiante relación con él. Quise creer que era libre, que ya no le necesitaba, que podía volar sin él. Quise creerlo, pero no lo conseguí.

—Ana, el curso que viene, ¿estarás en Inglaterra o piensas estudiar en Bilbao la carrera? Si es que quieres estudiar una carrera, vamos…––se dirigió a mí Patricia.

Aquello me pilló por sorpresa, pero intenté salir lo mejor parada posible. Todos me miraban expectantes, Henry especialmente:
—¿Quedarme aquí el año que viene? No lo sé, pero aún tengo todo un año por delante para saber si me gusta tanto Bilbao…En cuanto a lo de estudiar una carrera, tampoco sé exactamente qué es lo que quiero estudiar…Supongo que algo, digamos, creativo, aunque mis padres me insisten para que estudie Economía.

—Henry siempre dice que va a meterse en mi mundo, en el de la denostada e ingrata Filología Hispánica. Te animo a que sigas el ejemplo de tu amigo, ¡únete a nuestra causa! —exclamó jocosa Carlota. Henry me miró con una mezcla de esperanza y miedo que me hizo llegar a la conclusión de que mi peculiar amigo hubiera agradecido que entonces yo dijera que sí, que, efectivamente, deseaba licenciarme en Filología en Deusto. Pero no lo hice porque era algo que jamás se me había pasado por la cabeza.

Alguien anunció entonces que nos quedaba poco tiempo. Cerraban el aula a las seis de la tarde, y eran las cinco y media, así que concluimos la reunión con un ejercicio de creación literaria: teníamos que escribir entre todos una historia; cada uno partía del párrafo que había escrito la persona situada a la izquierda, escribía una continuación, y pasaba el folio al compañero de la derecha.

Comenzó Esther y tardamos muy poco tiempo en terminar. Quedó algo curioso: se trataba de la historia de un robot escritor que tras superar un intento de suicido provocado por el abandono de su novia humana al descubrir que es un robot, acaba trabajando como profesor en la universidad, y allí se enamora nuevamente, pero esta vez de una alumna que, aunque él no lo note, es un robot que no sospecha que su profesor también lo es. Pero al final, ambos descubren la verdadera naturaleza del otro, y a ella no le importa, pero a él sí, y la abandona. “No es nada personal, pero tengo por costumbre salir sólo con humanas”: así terminaba la cosa. Lo del intento de suicidio fue mío; el final, de Henry.

Cuando la becaria de la entrada nos vino a avisar de que eran ya la seis de la tarde y que debía cerrar con llave el aula, Carlota me explicó que la reunión seguiría a partir de entonces en una cafetería-restaurante del barrio de Deusto llamada Deustoarrak. Así, toda la trouppe de inminentes literatos nos dirigimos a aquel local, situado a apenas diez minutos de la universidad. En cuanto estuve allí, frente a un humeante café con leche, bien acomodada en un mullido sofá de color oscuro y con un decoroso Henry plantado a mi lado (se le veía tan sereno y afable que temí estar con su hermano gemelo), supe al instante por qué era el lugar idóneo para albergar reuniones de un grupo así. Decorado con armaduras medievales, alfombras y tapices granates, y presidida por una hermosa chimenea, allí dentro se tenía la sensación de haber retrocedido siglos en el tiempo y encontrarse en una reunión de la Mesa Redonda de Camelot, aunque en vez de tratar los asuntos de un reino celta, los allí presentes nos dedicamos a hablar sin cesar de todo: de política, literatura, cine, música, así como de obsesiones y banalidades varias, pero siempre con tanta pasión y entusiasmo que parecía que fuéramos los responsables de decidir el rumbo que debía seguir el mundo entero.

En aquella amalgama de relatos, remembranzas y opiniones, participamos tanto Henry como yo, alejándonos así de nuestro patrón de adolescentes cohibidos y expectantes.
Cuando la calidez de la confianza me convenció de que pisaba sobre terreno seguro, me aventuré a exponer el argumento de algunos de los cuentos que había escrito (y que desgraciadamente en aquel momento no tenía conmigo); y la simple narración de las que yo consideraba deprimentes y algo surrealistas fábulas, pareció fascinar a mis oyentes.

––El próximo día trae algo, Ana. Tengo ganas de leer ese cuento tuyo del escritor que escribe libros “ya dictados” por voces misteriosas, ¡suena apetecible! ––exclamó Emilia.

Henry también parecía interesado en mis creaciones, y él mismo se animó a leernos a todos los últimos versos que había escrito la noche anterior (él sí que había traído su cuaderno). Y su éxito fue rotundo. Jamás hubiera pensado que Henry escribiera tan bien, porque aquellos poemas, pese a ser un trabajo claramente inspirado en la devoción que sentía por los simbolistas, recogían su impronta, algo que sólo podíamos apreciar los que le conocíamos; porque aquellos versos transmitían dolor y ternura a la vez; desesperanza y tinieblas, pero también cierta y sutil rebeldía.

––Impresionante, como siempre, Henry, aunque ya sabes que opino que pecas de oscuro, ¡supongo que será la edad! ––rió Carlota. Y Henry recibió sus alabanzas con timidez y una sonrisa de agradecimiento. Pero no se conformó sólo con recitarnos sus poemas, había mucho más en él que eso. Al parecer, le interesaban otras cosas…

En un primer momento, me resultó extraño escuchar a Henry enfrascarse en una apasionante conversación con Jacobo sobre la postmodernidad y la globalización. Pero después, no pude por menos de admirarle. Utilizaba argumentos sólidos para defender su postura y se expresaba de un modo coherente, manteniendo el temple en todo momento. El niño de los Monster era, al parecer, un ciudadano del mundo, y todo un existencialista, aunque eso ya lo sabía. Pero sólo allí, entre el ambiente medieval de Deustoarrak, conocí la impresionante teoría de Enrique Cuervo sobre cómo podíamos escapar de la muerte. Todos les escuchamos anonadados mientras se explicaba.

Según explicó Henry, hay tres formas de reírse de la dama de la guadaña —ya que vencerla es imposible—: la primera consiste en olvidarse de que existe, no teniéndola en cuenta para nada, no mencionándola nunca; en la medida de lo posible, por supuesto. La segunda es tratar de no arriesgar la vida por nada, por absolutamente nada que dependa de la voluntad de uno: ni participando en un deporte de riesgo, ni tomando un medio de transporte que no sean las piernas de uno, ni saliendo a la calle un día de viento… (la calidad de esta clase de vida es tema aparte, por supuesto).

Lo prometido es deuda (II)

Nada más conocerme, aquellas personas mostraron una instantánea y desinteresada amabilidad conmigo, me invitaron a sentarme junto a ellas y se dirigieron a mí con tanta delicadeza que casi logré emocionarme. Si Henry, que se movía por allí como si estuviera en su casa, había llegado a ser amigo de ellas, era en verdad un chico muy afortunado.

Sobre la mesa había restos de bocadillos, fruta y refrescos. Al parecer, ellos también habían comido. Yo lo había hecho en el recreo; tras pasar brevemente a saludar a Silvia, había dado buena cuenta de un par de manzanas y una ensalada de atún de lata en el aula vacía; estaba prohibido comer en clase, pero nadie me había descubierto. Y si Henry había ingerido algo era un misterio, quizás alguna sintética y pegajosa palmera de chocolate de aquellas que le había visto mordisquear en ocasiones, entre cigarro y cigarro, en compañía de sus amigos del patio.

En el centro de la mesa había una enorme caja forrada con papel de regalo llena de folios, papeles y cuadernillos que sobresalían por todas partes amenazando con reventarla.

––Es la caja de Pandora —me explicó Carlota––; aquí metemos nuestras cosas. Lo que escribimos en el taller, cuadernos con las poesías de nuestros recitales, folletos o fotos interesantes…En fin, es un cajón de sastre al que habrá que poner orden algún día, ¡pero es que aquí todos somos un desastre!

Poco a poco, mientras escuchábamos a Carlota relatar sobre qué había versado una interesante clase de Teología que había recibido aquella mañana, fue llegando el resto del taller. Aunque a veces podían llegar a ser hasta veinticinco personas, según me explicaron, el grupo base lo componían unas doce. Y aquel día, quizás debido a mi presencia, se superó dicha cifra.

En cuestión de minutos, la estancia se fue llenando. La puerta no dejaba de abrirse y cerrarse y las sillas se ocupaban al instante. Así, aquel mismo día, tuve la suerte de conocer a la esencia del taller literario, el “taller base”, como ellos lo llamaban. Además de Carlota, Emilia, Patricia, José Luis y Henry, estaba Pedro, estudiante de Barcelona que habían elegido Bilbao para completar sus licenciatura de Empresariales; Mariela, que cursaba estudios de Turismo y cuya sonrisa era contagiosa; Esther y Andrés, ambos de Derecho, y que también estaban en el taller de teatro; Jesús y Jacobo, de Historia y Filología respectivamente, y que escribían en la revista de la universidad, y Sara, una chica de larguísimos cabellos coloreados con hena y aspecto de hada encantada que estudiaba Historia.

Me pidieron que me presentara en voz alta, pero no se me hizo tan incómodo como se me había hecho en Santa Clara o Ceares.
Les dije cómo me llamaba, de dónde venía y con qué intenciones. Les pareció tremendamente interesante que mi madre fuera inglesa, aunque por el taller hubieran pasado ya varios jóvenes del programa Erasmus de casi todas las nacionalidades europeas (y no había que olvidar que tenían a un impagable medio irlandés entre sus fieles invitados).
Les hablé de mis autores preferidos (el hecho de que adorara a Rimbaud y a otros poetas malditos hizo que me granjeara automáticamente la simpatía de Emilia y Andrés) y de mis novelas predilectas.

—Vaya, Ana, pues estás de enhorabuena; hoy vamos a hablar de Truman Capote ¡y una de las novelas a analizar es de las que adoras: Desayuno en Tiffany´s!
––Que por cierto, no tiene nada que ver con la película —dijo alguien.
––Pero la película también es fantástica ––replicó otro.
––Ya, por supuesto que sí, pero cuenta otra historia. Es que el personaje de Holly Golightly estaba pensado para Marilyn Monroe, no para Audrey Hepburn, ¡y eso lo explica todo! ––se dijo.
Así comenzó la reunión del taller. Todos, uno por uno, y respetando el turno de palabra, fueron dando opiniones y datos sobre Capote y su obra. Al parecer, allí nadie ignoraba la obra del autor.
Pero enseguida empezaron a saltar de un tema a otro, y no sólo hablaban de literatura. Podían aludir a cuestiones personales, quejarse de la cercanía de los exámenes por ejemplo, para pasar a hablar seguidamente del realismo mágico o del descacharrante sueño que les había torturado la noche anterior.

Yo me mantenía en silencio, maravillada, y Henry hacía lo mismo. Me pregunté si sería así en todas las sesiones, o si lo hacía porque estaba yo delante y le daba pudor manifestarse en público.
Lo que estaba claro era que cada una de las personas que allí encontré era un delicioso e irrepetible universo en el que merecía la pena indagar. Asistí maravillada a la reunión de un grupo de personas que fuera de aquella pequeña clase serían consideradas, posiblemente, como “raras” o “excéntricas”. Y como si Carlota me hubiera leído la mente, dijo:
––No te asustes, Ana. Probablemente pensarás que estamos loquísimos.
––Sí, pues menos mal que no vino en la época en la que el taller era casi el museo de los horrores ––afirmó convencida Patricia.
—¿A qué te refieres? —pregunté con curiosidad.
—Pues que hubo un tiempo en la que nos veía cada personaje…Vamos, que aquí había gente chalada de verdad.
—Como el teólogo aquel, que contaba lo de los exorcismos del Vaticano…
—¿Y os acordáis de Cleopatra? Era una chica que tenía el mismo corte de pelo que Cleopatra, y que tenía cara de susto las veinticuatro horas del día, así ––y varios de los del taller comenzaron a imitar a aquella tal “Cleopatra”, abriendo los ojos de forma desmesurada, como actores de cine mudo.

También tocaron temas más profundos; sin ir más lejos, la fe religiosa o la necesidad de creer en un Dios, lo que originó una discusión amistosa en la que los participantes se expresaban con una envidiable riqueza de vocabulario y aludiendo a autores y teorías de lo más variopinto. Parecía mentira que aquel grupo de jóvenes de alrededor de veinte años fuera poseedor de tantos conocimientos. Por suerte, yo conocía a la mayoría de los autores citados y la conversación me era perfectamente comprensible, incluso podría haber participado; pero preferí seguir escuchando, al menos, por el momento.

Luego, tras aquella profunda conversación, de pronto, Andrés encendió con su mechero un par de velas que había dentro de la caja de Pandora, y apagó la luz.
—Sobraron de Halloween. Es que la víspera de Todos los Santos escribimos relatos de terror y los leímos a luz de las velas… De lo mejor que he vivido aquí dentro… ––explicó Emilia con una sonrisa malévola.
—Como irás viendo, aquí tenemos mucho macabro, Ana. Aunque en eso, Emilia se lleva la palma ––señaló Sara. Y Emilia sonrió (extrañamente) halagada.
—Y también hay algún que otro esotérico alucinado, como tú, Faraona —le dijo con una sonrisa maliciosa José Luis.
—¿Me hablas a mí, Griego Asqueroso? ––preguntó Sara a su amigo con falsa indignación.
Con resignación, Carlota me explicó que aquel intercambio de peculiares improperios era origen de una de las “falsas enemistades” del taller, inspiradas en las tormentosas relaciones que mantienen ciertos escritores (pusieron de ejemplo a Góngora y Quevedo), pero basadas en el cariño y en las ganas de picar al amigo en cuestión, que no en la rivalidad. La de Sara versus José Luis se daba porque mientras que la primera defendía a ultranza las culturas y civilizaciones orientales (desde los países árabes hasta el Imperio del Sol Naciente), José Luis era un abanderado de la cultura Grecolatina. Pero se enfrentaban siempre en un tono jocoso y amistoso.

Lo prometido es deuda

No creo en mi novela, esa es la verdad. Y lo digo sin ningún ápice de victimismo, masoquismo o ruines deseos de que la audiencia se esmere en hacerme pensar lo contrario. Lo digo porque lo pienso, de veras que lo pienso, pero por deseo expreso de dos buenas amigas mías, publicaré en el blog el capítulo en el que la protagonista pasa a formar parte del ya difunto Taller Literario que albergó no hace demasiado la magna Universidad de Deusto, en Bilbao. Allá vamos, que lo lea quien pueda. Es que yo procuro cumplir siempre mi palabra...

Cuando terminaron las clases y llegó el momento de abandonar Santa Clara para ir con Henry allí, no cabía en gozo: me sentía dichosamente culpable, como si no fuera lo suficientemente buena como para merecer semejante privilegio. El Cuervo me esperó en la puerta de clase (de nuevo, él recogía sus cachivaches antes que yo) mirándose los zapatos, y cuando llegué hasta él, como si estuviera a punto de subirme en su carromato de tinieblas, me preguntó arqueando una ceja:
–¿Estás lista?

No puedo describir la hormigueante sensación que me producía caminar al lado de Henry un jueves (¡un jueves con Henry!), rumbo a la Universidad de Deusto. Él estaría deseando que yo le preguntara por el taller, que le mostrara cierto nerviosismo, dudas, ante mi inminente entrada en aquel grupo que, según el folleto que Silvia me había dado, trataba de “despertar la riqueza que se lleva dentro a través de la pluma”.
Pero yo no tenía miedo; si Henry podía estar allí, yo también.

––¿Ya te imaginas cómo va ir la cosa? ––finalmente tuvo que ser Henry el que me planteara la pregunta ya que mi boca parecía sellada.
––Pues lo intuyo, más o menos. Hablaremos de libros y autores, ¿no?
––Claro, Ana, eso es evidente —cuando se dirigía a mí por mi nombre era que quería poner énfasis en algo o porque me regañaba con instinto casi paternal, lo cual le hacía parecer muy cómico—. Pero seguro que no sabes que hoy vamos a hablar de Truman Capote.
Aquello era demasiado, ¿cómo podía tener tanta suerte?
––Vaya, uno de mis preferidos ––comenté como si todo lo que sabía sobre Capote, del que me había leído su bibliografía completa, lo supiera sobre muchos autores más—. Creo que voy a disfrutar mucho de la reunión de hoy…

Y gracias a mi impostada altanería logré lo que ni siquiera había soñado: sin que yo se lo pidiera, Henry me fue haciendo un perfil de cada miembro del taller antes de llegar a la Universidad de Deusto, de tal manera que cuando me encontré allí, frente al glorioso edificio, albergue de universitarios y sus envidiables vidas adultas, sabía mejor lo que me iba a encontrar.
La Universidad de Deusto se levantaba bajo el monte Artxanda, en el barrio que le daba nombre, y quedaba justo enfrente del Museo Guggenheim. Era llamativo el contraste brutal entre ambas estructuras, la de la universidad y la del museo, cada una abanderada de un tipo de arquitectura opuesta al de la otra, testigos ambas de dos diferentes épocas y significados. El pasado y el futuro; el clasicismo y el más rabioso vanguardismo; la imponencia de la sobriedad y la titánica obra maestra de un genio de la arquitectura universal.

Entre aquellos universitarios con los que nos cruzábamos, los cuales caminaban con actitudes resueltas, confiados y bien armados de montones de apuntes y carpetas desbordadas, Henry y yo no podíamos evitar dar la nota con nuestros uniformes verdosos. ¿Cómo podía haber sido tan descuidada?, me dije. Debería haber llevado en una bolsa aparte ropa “de paisano” para cambiarme en el colegio antes de salir. Pero la actitud de mi acompañante me tranquilizó. Henry parecía tan sereno, despreocupado de lucir por aquellos lares como el hijo pequeño de La familia Monster, que enseguida olvidé el incómodo detalle, aunque algunos estudiantes nos miraran con curiosidad, y no fueran pocos los que intercambiaran comentarios con sus compañeros al vernos.
La universidad era por dentro aún más fascinante que por fuera. Los claustros de piedra fría y los pasillos, de techos insondables, provocaban que una se sintiera parte de una película repleta de intrigas y profesores chiflados con canosas y abundantes barbas.

El taller estaba en el primer piso. Para acceder a él era preciso entrar a una especie de despacho donde había una pareja de jóvenes becarios llevando toda clase de asuntos culturales y sociales; formaban parte del llamado Gaurgiro, el círculo de actualidad de la universidad. La chica, de poco más de veinte años, saludó a Henry con una amplia sonrisa en cuanto entramos por la puerta y me miró con curiosidad.
––Hola, Henry y compañía…Tú debes de ser Ana, ¿no?
Asentí sin decir una palabra. Me sentía intimidada por todo, por estar allí, por ser interpelada. Pero no me permití seguir con semejante actitud. Eché los hombros para atrás, elevé el mentón, y decidí que de entonces en adelante sonreiría y contestaría con palabras. En cambio, Henry parecía estar en su propia casa, incluso se molestó en preguntarle a la becaria por sus exámenes y en mantener una breve pero agradable conversación con ella. Una conversación “normal”. Tras ello, se despidió con una amplia sonrisa de la chica, y me invitó con un gesto a seguirle. Cruzamos una puerta que nos llevó a otra antesala donde un numeroso grupo de jóvenes discutía airosamente sobre política internacional, pero con argumentos bien estructurados y respetándose el turno de palabra, como si fuera una de aquellas tertulias televisivas sobre temas de actualidad que hacía tiempo que yo no veía.
Sin dejar de hablar, nos saludaron con un gesto y nos siguieron con la mirada hasta que llegamos a la última puerta. Henry la golpeó suavemente y una amigable voz femenina nos invitó desde dentro a que pasáramos. Obedecimos. Él entró primero, yo detrás, como queriéndome ocultar inocentemente por su delgado cuerpo.

La estancia era cuadrada y muy pequeña; dos de sus cuatro paredes estaban ocultas tras unas enormes estanterías desmontables desbordadas de cajas, archivos, libros, carteles y un sin fin de papeles. La mesa rectangular que ocupaba el centro era como las del colegio, y tenía muchas sillas alrededor.
Allí había cuatro personas sentadas; tres chicas y un chico. Todos saludaron a Henry con gran simpatía y me miraron expectantes, aguardando a que él o yo misma me presentara.
Fui yo quien lo hizo, mirando a todos y a cada uno de los presentes a la cara y con toda la simpatía de la que era capaz. Y ellos hicieron lo propio.
La chica encargada de coordinar el taller era pura dulzura y amabilidad. Se llamaba Carlota (era la primera vez que oía ese nombre fuera de libros o películas), tenía unos amigables y enormes ojos color avellana, y estudiaba Filología. Las otras chicas eran Emilia y Patricia, estudiantes de Derecho e Historia respectivamente. También parecían muy agradables. No pude evitar preguntarles si eran hermanas, más que por el cierto parecido físico que hallé en ellas (ambas vestían de forma similar, poseían largos cabellos oscuros y penetrantes ojos casi negros), por sus gestos, ademanes y forma de expresarse, ya que poseían similitudes que sólo los hermanos o los amigos íntimos llegan a compartir. Pero resultaron ser nada más que amigas.
El único chico era José Luis, alumno de Filosofía; en aquel momento estaba contando a los presentes que había leído en alguna parte que su admirado Jorge Luis Borges, al igual que él, detestaba las palomas.

Me parecieron muy pocos, pero me explicaron que aún quedaba gente por llegar, y que hasta que no estuvieran todos, no comenzarían la reunión, sólo charlarían, pese a que el taller hubiera comenzado oficialmente hacía un buen rato.

miércoles, 16 de junio de 2010

Pensé que sería capaz de sedarme a mí mismo,
y que con ello el dolor desaparecería.

No sé si nací así, pero el problema es que lo soy,
y que ser así cansa, y quisiera ser normal, otra de mis
palabras malditas. Malditas...

Tengo dentro de mí tanta información, vivencia, deseo frustrado y cumplido,
desorientación, rehabilitación, alcohol, noches en vela, kilos ganados y perdidos,
cumpleaños de pesadilla y aniversarios tolerables, muertes, enfermedades, consuelos, risas,
maldiciones, amigos y enemigos y otra vez amigos, conocidos, amores muertos y
difuntos y enterrados, amores platónicos,
ropa nueva y ropa usada y eliminada,
cabello cortado y regenerado,
cine y libros y música y viajes,
etapas consumidas y planes de otras que vendrán si yo no le pongo remedio...,
y tonterías, tonterías y tonterías...

Sólo escribo tonterías, y no puedo ni sedarme
ni cambiarme,

y sigo sin saber si nací así
o la vida y sus montruos divinos
me hicieron así,

el caso es que
no puedo arrancarme la piel a tiras,
ni transmutarme en algo que me contradice.

La sedación ha sido un sonoro fracaso, amigos míos,
sigo, una vez más,
aquí dentro.

YO.

domingo, 14 de marzo de 2010

Thanks, Dolores O'Riordan...

Gracias: gracias por el concierto que diste en Madrid el pasado viernes.
Para mí fue un sueño hecho realidad verte a ti y a tus chicos en vivo y en directo tras quince años hechizado por tu quebrada voz de sirena quejumbrosa...

Quince años desde Zombie, una canción cuyo poderoso mensaje no entendí muy bien en su momento, pero que tiene tal fuerza que desde que la escuché me arrebató y me hizo seguir los poemas musicales que tu gente y tú regalábais en cada disco.
The Cranberries, tu banda, un evocador nombre de fruto silvestre para un sonido diferente, único, original, onírico y real a la vez, inconformista y reivindicativo pero sin la necesidad de matar ni una mosca para hacerse un hueco en el complicado panorama pop/rock.
Un sueño amargo pero irresistible como las imágenes con las que mostraste una dura historia a trompicones en el videoclip de Zombie.
Zombie, Zombie, Zombie...Una palabra, un nombre macabro, una etiqueta que alude a cadáver, sangre, canibalismo, putrefacción, Apocalipsis, masificación, dominio, pobreza espiritual...Qué grande aplicarla a otros campos, diferentes al de la ficción del horror, pero no por ello menos horrorosos...
Gracias: gracias por el concierto del viernes, Dolores, y por hacerme recordar lo mucho que te he escuchado en diferentes momentos de mi vida, aunque sobre todo, no puedo olvidar (qué cosas) la insistencia con la que me ponía tu música justo antes del examen de licenciatura, el que creí el último tramo a superar antes de acabar con mi destino de Estudiante Infinito.
Podría haber sido la mía una pasión pasajera, como la que tuve con otros cantantes, escritores o actores...Pero no, está claro que tu charme va más allá del simple capricho adolescente: mereces ocupar un lugar de honor en el Olimpo de los Mitos de cualquier rara avis sensible y con buen oído de este planeta.
Lástima que tu concierto se me hiciera tan breve, "es que mañana tocamos en Barcelona", te disculpaste. Pero bueno, a la Diosa de Zombie se le pasa por alto todo...
Si hasta casi se me saltan las lágrimas escuchándote, y eso, que me quedé solo. Mis amigos se dejaron las entradas en casa, y por ello experimenté allí, en los suelos del Vistalegre, rodeado de masa nocturna y viéndote chiquitita y lejana, brillando a lo lejos como una estrella oscura, lo que yo llamo el síndrome de París: presenciar un hecho hermoso e irrepetible estando solo y desear que cierta/s persona/s querida/s estuviera/n junto a uno para disfrutarlo.
Ya hablaré en otro post, otro día, largo y tendido, sobre el síndrome de París. Qué raro que aún no lo haya hecho, con lo que me ataca este síndrome, mon Dieu...


martes, 2 de febrero de 2010

Ahora...


mi vida discurre tan apacible y programada que casi da miedo.

Los sobresaltos son un ridículo rumor eclipsado por el ritmo agresivo que imponen las agujas del reloj; la rutina es un dique seco e impecable que no entiende de curvaturas imprevistas.

Camino por donde me indican y hablo cuando debo. La fusta de Lady Orden no ha preparado en su ideario castigo alguno para los desobedientes: los que la contradigan caerán directamente en el pozo de los malditos, los marginados y los perdidos, ¿y quién quiere pertenecer a tan censurables gremios? Sólo los pobres locos del Diablo que aún creen en los motines y en las rebeldías: en los ideales y en las réplicas.

Y a todo esto, yo me pregunto, ¿por qué los seres humanos desconfiamos tanto de las etapas de sosiego? ¿Por qué enmarañamos la serenidad presente con una brumosa sospecha de desastre inminente? ¿Será por la base de nuestra religión (sufrimiento = virtud; placer = frivolidad)?

Después de todo... ¿tan hondo ha penetrado la daga de lo divino en mi, en teoría, atea persona?

Preguntas sin respuesta en mi noche planeada. A descansar pronto, que mañana hay que madrugar. N siquiera la marmota climatóloga sorprende: la Primavera tardará en llegar...

miércoles, 27 de enero de 2010

(Locura de) Amor


sin "El", porque El Amor suena, qué sé yo, a nombre de pueblerino (con todos mis respetos a los pueblerinos, ¿eh? Yo mismo soy hijo de...), como El Braulio, El Clemente...Dejémoslo en Amor. Amor, Amor...¿existe Amor? Claro que existe...así, con mayúsculas, aunque durante tanto haya renegado de él. El problema no es que haya que buscarlo, sino estar predispuesto a que él te halle...Prefiero no leer lo que acabo de escribir. No me gustaría nada; y encima he utilizado la segunda persona del singular, que según algunos escritores (Umbral sobre todo) empobrece la expresión escrita...En fin, para, es hora de parar, de hablar de El Amor, o Amor, o como se diga...Los que lo conocen ya saben lo bien que sienta, aunque sea un atontamiento, atolondramiento o lo que sea...Amor, AMOR, El Amor, qué más da cuánto dure...Como si fuera a durar más la vida, VIDA, La Vida, o mejor...Vida, sin "La", porque La Vida suena, qué sé yo, a nombre de pueblerina (con todos mis respetos a las pueblerinas, ¿eh? Yo mismo soy hijo de...

Félix Casanova: el llamado Rimbaud canario...


murió en extrañas circunstancias el 14 de enero de hace 34 años con apenas 19.
Cuánta cifra, qué pocos años...Y qué ganas de leerme su novelita, la que "vomitó" en un verano antes de cumplir los 18.
Estoy muy cansado, y muy vago, y muy atontado y muy contento...Me da pereza escribir, así que "Dios bendiga el copipeich", como dice una amiga mía. Aquí les dejo la noticia de El País que habla del suceso:


sábado, 16 de enero de 2010

Días extraños


Estos son días extraños, en los que me siento bicéfalo,


dos identidades, dos personalidades, dos seres humanos


pugnan dentro mí, muy adentro,


por hacerse con mi Esencia.


Estos son días extraños, muy extraños,


en los que al fin he encajado en el Mundo Real


como una pieza de un puzzle encaja en su pareja,


sin esfuerzos ni quebraderos de cabeza,


simplemente se coloca en los límites adecuados,


y se incrusta bien incrustada, formando un Algo con


mayor entidad y presencia que la frugal piececita


hasta entonces huérfana...


Estos son días extraños,


en los que descubro que soy feliz haciendo algo


que siempre rechacé con saña, con asco, con dolor...


Soy feliz dedicando buena parte de mi vida a una oficina blanca,


un espejo aburrido, un micro-cosmos ubicado


en un universo estructurado hasta el último detalle


por mandamases invisibles de pesadilla.


Son días extraños...


Los seres del Pasado siguen apareciendo sigilosa pero


imparablemente,


y el Presente ya no desfila ante mis anonadados ojos de soñador


defraudado,


ahora...Ahora es diferente: formo parte del reparto.


Interpreto a la perfección mi rol en la película,


pero pobres ilusos los que crean que me he rendido...


Desde dentro no haré sino


maquinar


mi


Destino.

viernes, 8 de enero de 2010

¿Acabaré siendo un Slave to the wage...


como la pobre chica del vídeo-clip de Placebo?

Espero que no...Pero la verdad es que estoy demasiado contento

como para pensar en algo así...

¡Tengo trabajo!

Es decir, adiós, adiós, a la vida

de Estudiante Infinito...

Adiós, adiós, a las ocho/diez horas

pegadito a la silla de despacho

frente al escritorio romántico de madera dorada...

Adiós, adiós, al Almuerzo de los barqueros,

al flexo dorado, a la ventana enmarcando edificios modernos, clásicos y una franja de monte verde oscuro...

Adiós, adiós, a salir sólo cuando el sol caía,

excepto la bajadita a Carrefour a por chicles de cereza y Red Bull,
las que han sido mis dos peligrosas adicciones...

Adiós, adiós, a extender la memoria hasta el infinito
y limitar mis relaciones humanas a la nocturnidad y la alevosía.

Mundo, Sol, Seres Humanos Diurnos, Mercado Laboral, Oficinas, Ordenadores, Cafés, Sueldo...
Acoged a una nueva criatura entre vuestros adeptos,

¡Ian, tras casi tres décadas de vida, al fin...

DEJA LOS ESTUDIOS!