martes, 17 de marzo de 2009

Líneas de un cuaderno de "Todo a un euro" viejo

HOGAR

Yo nací en Babilonia
entre melocotoneros y olivos.
Los dátiles eran dulces,
los ojos afables de mi gente, almendrados;
la felicidad sabía a café amargo y pasteles de pistacho,
y la canción del viento de allá,
aliento del Medio Oriente,
jugaba apaciguador con nuestras chilabas de hilo.
Mi casa era de mármol, agua y desierto.
Crecí en sus fuentes interiores,
sobre los tapices de sus suelos fríos.
Luego llegaron los hombres de verde musgo,
y trajeron la furia del metal hambriento.
El ocre de mi pobre suelo
se moteó de púrpura viscosa,
y los míos desaparecieron.
El firmamento observó el grotesco festín,
indiferente y enrojecido.
Ahora, ya no vivo en Babilonia.
La suerte del fugitivo es el
tormento del melancólico.
Y esos que decían querer salvarnos
sollozan desorientados;
no saben cómo volver a su casa,
mientras, destrozan la nuestra.


VERANO EN UN BARRIO POBRE

Qué larga es la avenida, ¿verdad, madre mía?
Más aún en este agosto reseco, brillante, doloroso.
La avenida es un corredor hacia la NADA.
¿Cómo logras cargar con nosotros?
Yo en la silla, él de tu mano, y tú, sola: sola…
Padre no llega, has ido a la policía.
Y el vecino grimoso aprovechó tu desamparo para tratar de…
Y tú sola: sola…, con tu vestido viejo de flores,
negándonos con la cabeza peticiones
continuas de juguetes estúpidos.
¿Nuestros lujos? Sandía de postre, chapoteo en la piscina de plástico,
y la sucia palmera del patio.
Soñamos con islas paradisíacas a través de la etiqueta del gel de baño,
hecho con limones del Caribe.
Y papá, no llega…Pero pronto lo hará.
Agosto expira mientras tú nos paseas por la avenida,
con tu vestido viejo,
Afrodita del asfalto, Madre Tierra del extrarradio.
Paciencia: enseguida será otoño.



LULÚ DE MONTMARTRE

(París, verano de 2003)

Una vez fui turista en París, y subí a Montmartre
en busca de molinos rojos y hadas de absenta,
pero allí sólo encontré a Lulú de Montmartre,
decrépita ninfa de Pigalle, acompañada de un acordeonista.
Ella bailaba, invitaba a los caballeros…, bailad, malditos, bailad…
Su atuendo, un sucio vestido blanco de chiquilla;
las uñas, carcomidas de esmalte roído; el pelo, negro, a lo garçon…
Cómo bailaba, cómo acechaba, cómo embaucaba mi pobre Lulú de cejas desdibujadas…,
hasta que cometió un delito, Dios sabe qué delito…
Su amo y señor acordeonista la abofeteó sin miramientos.
Yo no hice nada, nadie hizo nada. Lulú sollozó,
la sangre enrojeció su grueso labio y corrió colina abajo.
Él la siguió tras emitir un grotesco bramido. No se vio nada más…
El espectáculo había terminado.
“Sólo son gitanos”, alivió el público su conciencia.

viernes, 13 de marzo de 2009

Famila (II)

La Abuela.

Hoy la llevamos a otro sitio. Estábamos en lista de espera, y casi un año después, la trasladan. A ver cómo se toma el cambio; yo, no muy bien...Me había acostumbrado a ese sitio, situado a apenas quince minutos de casa; a ese itinerario, que discurre por las limpias y luminosas calles del centro...Incluso a los ancianos que por allí aguardan (unos, lúcidos y resignados; otros, totalmente perdidos) a la Muerte. Sin ir más lejos, en este tiempo he visto morir a tres compañeras de cuarto de mi abuela. Todas tenían la misma expresión moribunda: los ojillos, achinados en una constante e indefinible mueca de dolor/confusión/susto; la boquita, alargada y consumida en una tenue raya temblorosa; la piel, extrañamente amarillenta y reluciente. Y el olor...Mi tía dice que huele a "los que se están yendo". Curiosa e impenetrable fragancia que yo achaco, en un arranque de terrenalidad, a simples sustancias orgánicas. Quién sabe, quizás mi tía tenga razón y exista tan aterradora esencia crepuscular...

Pero, de todos modos, qué cruel es la vida, aunque no creo que aporte mucho al mundo haciendo hincapié sobre ello desde este post; dejémoslo estar...

El caso es que la abuela va a otro lugar, más amplio, con jardines, y mantenido con dinero público, para qué engañarnos...Y más lejos, será menos cómodo ir a verla. Pero lo seguiré haciendo, a media tarde. Cómo no hacerlo. Ella fue mi segunda madre; lo sigue siendo, aunque en ocasiones no me reconozca y me confunda con algún familiar de Valladolid o Cantabria...
Yo sé que me quiere, y yo a ella. Le ayudaré como mejor pueda a quemar estos últimos meses/años de confusa existencia que le han tocado en suerte.

No sé qué más contar sobre ella que ya no haya contado. Sólo decir que mi madre me ha comentado, enternecida, cómo se ha despedido de Begoña, su actual compañera de cuarto, una nonagenaria prácticamente paralizada y muda, a la que sólo visita, una vez al mes, una ruda sobrina. Porque se ha despedido de ella con un afecto que denotaba que era consciente de que no volvería a verla nunca más, tras meses compartiendo un cuarto en el que han reposado los últimos suspiros de las que fueron dos mujeres, dos personas. ¿Qué se hubieran dicho, contado, reprochado, reído, de haber estado lúcidas? Eso es algo que nunca sabremos.

La vida nos hace coincidir, a capricho, con ciertas personas que de haber aparecido en otros momentos de nuestras vidas, quizás no hubiéramos tratado del modo que hacemos. Pero esta es otra reflexión que será desarrollada en otro momento. Porque aún soy joven, un tesoro impagable. Hay que aprovecharlo.

martes, 3 de marzo de 2009

Familia (I)


Apenas la menciono (casi tan poco como a mi vida sentimental), pero está ahí.

Papá, cuyos comentarios sobre las películas que vemos juntos (comentarios simples pero contundentes, desarmados de toda clase de superficialidad o maniqueísmo o tendencia al tópico, propios de personas cuyas dotes de observación en ciertas materias no han sido contaminadas por frases y observaciones hechas ni deseos de erigirse como santos eruditos en dichas disciplinas), han provocado que me haya decidido a bautizar un nuevo genéro cinematográfico: las "películas con CDP", es decir: películas con Comentarios De Papá.

La primera fue El Señor de los Anillos ("pobre enano", "mira qué hostias se dan los viejos", "qué castillo tan bonito"), y la última, Promesas del Este, magnífica película que yo ya había visto, pero que decidí volver a ver con papá (un día en el que no me encontraba especialmente feliz) porque me imaginaba la clase de CDP que recibiría y que me harían pasar un rato inolvidable: cargado de risas y de ternura.

Deberían vender ediciones especiales de ciertas películas con CDP. No saben lo que se pierden. Cómo me río, pero en silencio: porque él no sabe lo cómico y tierno que me resulta. La grata terapia que me concede al escucharle decir lo que piensa, manifestar su opinión de forma tan sana, tan pura, tan humilde.