domingo, 22 de febrero de 2009

La decisión ya está tomada...


y quizás me he equivocado,

y quizás piensen que cometo un grave error,

y quizás he perdido oportunidades irrepetibles
de conocer gente irrepetible
y de vivir experiencias irrepetibles...

y quizás me arrepienta de haber renunciado
al bullicio de Picadilly Circus,
al 221B de Baker Street,
a Camden, al Soho,
a la bohemia chic de Notting Hill,
al verde esplendor de Hyde Park,

quizás, quizás, quizás...

pero es que sucede

que Racionalidad ha vencido a

Diosa Locura,

soy así, no puedo evitarlo,

mi edad y circunstancias

no pueden evitarlo...

No sean duros conmigo,
por favor,
bastante duro es soportar

la sospecha de que

he metido,

soberanamente,

la pata.

Pero ya se me pasará,
haré todo cuanto esté en mi mano

para demostrarme a mí mismo

que he tomado la decisión

adecuada,

tras sopesar los pros y los contras.

De todos modos hoy

es domingo,

la melancolía y el pesar

vienen de su mano.

Habrá que solucionarlo

cuando caiga la noche,

con una primera cita,

a salvo en el cine.

lunes, 16 de febrero de 2009

Época de (posibles, depende de una decisión) cambios

Me han elegido, de todo un país lleno de candidatos, a mí, el que era famoso por ser la opción desechada...

Me han escogido, sin verme la cara, quieren verme la cara en dos días, en inglés quieren verme la cara...

Me quieren, les atrae mi nombre raro, mis aficiones raras, mis maneras raras, aunque no me conocen, sólo era papel...

Me reclaman, ellos, importantes, dueños y señores de una decisión que puede cambiar mi vida, o distraerla, durante un año...

El prometedor Londres ha desplazado a la nebulosa París...Yo siempre pensé que viviría en París, por siempre y para siempre. Incluso feliz (feliz como en una película de cineasta papamoscas). De hecho, también pedí París, pero ellos..., ellos deciden por mí...

E insisten en poner cara a mi nombre y apellido exóticos, como si lo lejano supurara una magia inédita, un misterio por resolver y ante el cual caer fascinado. Pobres ilusoso, ¿y si sólo soy una esfinge sin secreto, como con la que Wilde escribió uno de mis relatos preferidos?

Pero les he gustado, a esos fantasmas poderosos, y eso merece cierto orgullo, ¿no? Aunque si no acudo a esa entrevista su apabullante estela de hipotéticos y anhelos londinenses se disipará rápidamente, como el último lamento de un corazón al fin maduro, al fin REALISTA.

miércoles, 11 de febrero de 2009

La Pequeña, de Louis Malle


Otra de esas películas que ponen los pelos como escarpias pero que hipnotizan a todo incauto que caiga en sus redes hasta que las entrañables palabras "The End" irrumpen en pantalla...

La Pequeña supuso el debut en el cine de una jovencísima Brooke Shields, que a sus doce años interpretó a una prostituta infantil en esta polémica cinta del director francés Lois Malle (del que recomiendo la enternecedora Adiós muchachos).

Muchos fueron los que acusaron a Teri Shields, la madre de la guapa y aristocrática actriz (su familia paterna entronca con la aristocracia europea y con los primeros colonizadores norteamericanos) de ambiciosa y manipuladora, ya que no dudó en que su hija apareciera desnuda y en situaciones explícitamente sexuales a tan corta edad a cambio de gloria y fama.
La propia Shields, que protagonizó después la también polémica El lago azul, confesaría años más tarde que le hubiera gustado tener "una vida normal".

Pero cotilleos aparte, creo que merece la pena ver la película aunque, en efecto, sea bastante desagradable conocer la historia (supuestamente ficticia) de esa niña que vive en un burdel sureño junto con su madre prostituta (al invisible padre apenas se le menciona) y sus compañeras de oficio; y que no puede, de ningún modo, escapar a su destino. Y eso que un peculiar y sensible fotógrafo que acude al burdel a inmortalizar la belleza decadente de sus meretrices se enamora perdidamente de ella en un claro homenaje a la Lolita de Nabokov.

Pero dicho fotógrafo, consciente de que a la pequeña se le está robando impunemente la infancia, en vez de rescartarla de su aciaga condena, no hace más que agravar el crimen: se la lleva a su casa y se casa con ella para saciar así la obsesiva pasión que siente por la niña de belleza turbadora.

La película es, en verdad, poco agradable de ver. La amoralidad lo inunda todo hasta llevar al espectador al borde de la náusea. La madre de la niña, una estupenda y creíble Susan Sarandon, ve normal que su vástaga siga su camino, al igual que toda la familia que forma el burdel y que constituye la vida cotidiana y "normal" de la niña. El único que parece sufrir por la joven víctima es el pianista negro del lugar, pero su triste mirada reprobatoria queda tan sólo en eso: en una mirada.

Cuando cumple doce años se subasta su virginidad en un rocambolesco evento en el que se la pasea por los aires vestida como una delicada muñeca de cubrecama salpicada de grotesco maquillaje, una suerte de ofrenda a los dioses de la crueldad. Los pujadores, pedófilos insaciables camuflados tras elegantes trajes sastre, claman lividinosos por alzarse con el codiciado objeto del deseo en una de las escenas más estomagantes del filme; tanto, que provocó que una amiga mía tuviera que apagar el vídeo unos instantes antes de retomar el visionado. No pudo digerir el asco que le produjo contemplar aquella bofetada a la moralidad más básica de nuestro "mundo civilizado" (que hace la vista gorda, no obstante, al turismo sexual en lugares como el sudeste asiático).

Y si el momento de la subasta horroriza, qué decir del que muestra el estado en el que queda la víctima tras su primer encuentro sexual con el orondo y elegante cliente que gana "la puja". El dolor físico de la niña, semidesnuda sobre la cama deshecha, sí logra despertar, entonces, la preocupación y compasión de su madre y de sus compañeras, pero todo termina en una innecesaria lluvia de risas tranqulizadoras, como si sólo hubiera sufrido un mal necesario, algo inevitable de su nuevo trabajo.

Pero no nos engañemos, la película no es una simple serie de escenas morbosas creadas a mayor gloria de los espectadores más perversos, sino una denuncia del robo de la infancia y la hipocresía de las clases sociales porque, al final de la película (NO LEER SI NO SE QUIERE CONOCER EL FINAL) Susan Sarandon, reconvertida en fina dama gracias al matrimonio con un cliente enamorado, vuelve a buscar a su hija, abandonada en un matrimonio imposible con el fotógrafo/ Humbert Humbert. Y es entonces cuando explica a la criatura que a partir de ya comenzará a acudir al colegio y que será una niña de verdad. De hecho, su acaudalado y comprensivo marido le compra vistosa (y tupida) ropa infantil y le regala un objeto profético, el símbolo final de esa infancia que la cría ya ha perdido por mucho que quieran reimplantársela de forma burda y dolorosamente tardía: un osito de peluche.

La cara de estupor e incredulidad de Brooke Shields, clavada en el objetivo mientras aparecen las letras de crédito y suena la música final, nos vuelve a abofetear sin miramientos: la hipocresía de las apariencias pretende borrar de un plumazo las atrocidades varias que contaminan nuestras personas, nuestros actos, nuestras vidas.

viernes, 6 de febrero de 2009

La Enana


La vi allí, tan normal, aceptando lo que era.
La vi allí, tan normal, consciente de que nunca sería lo que en el fondo deseaba.
La vi allí, no satisfecha, pero sí conforme.
Y no pude evitar sentir celos...
La distancia que nos separaba era insalvable,
porque mi Persona no sabe aún lo que
puede dar de sí. ¿Y si no da más de sí?
¿Y si no doy más de mí?

En cambio, ella, La Enana, serena,
resignada, ni triste ni feliz, sino viva,
sostenía su copa y vencía a la noche.
Conversaba con sus amigos,
ajena al Mundo de las Ofensas,
un mundo que no iba con ella.

Mi espíritu se abatió pese a que
mi cuerpo permanecía rígido
como un obelisco:
yo quería ser ella, porque ella
estaba en perfecta armonía con
su condición; su alma y su cuerpo
se correspondían al cien por cien.
Ignoraba todo lo demás,
cánones, directrices, frustraciones...

Ella no estuvo en su nido demasiado
Tiempo,
como tú, como yo, y otros tantos;
ella nació Enana, lo aceptó, y
allí estaba aquella noche,
dándome una de las mejores
lecciones silenciosas
que he recibido en mi vida.

Paranoias febriles (II)

Oda a Norma Desmond

Bajas la escalera de caracol, acechando a tu presa,
serpiente, caimán, reptil de pestañas torturadas.

El turbante de seda
con un pedrusco retorcido
y esos ojos de máscara funeraria
micénica
agujereando impasible
el vacío.

Tú me darás la aguileña garra
de esmalte carcomido
y en tu túnica de odalisca
danzaremos contra el Destino.

Cuántas noches nos aguardan,
¡oh, beldad perturbada!

Siempre soñé con este momento,
de ímpetu y ensueño,
enloquecidos ambos de pasado
y tortura,
entregados sin tregua
a la macabra danza del
ahorcado.