jueves, 28 de mayo de 2009

Caramel, de Nadine Labaki


Me daba algo de pereza ver esta película, porque ya estaba un poco harto de la (requete) imitada fórmula "Sexo en Nueva York", es decir: la narración de las agridulces peripecias de cuatro mujeres aún jóvenes y muy diferentes entre sí (a saber: la más conservadora, la más promiscua, la más ambiciosa y la heroína por antonomasia), pero hiperamiguísimas y tan preocupadas por su futuro como por su fondo de armario.

Pero al final la he visto, y me ha gustado. Y lo que pensaba que era un "Sexo en Nueva York" versión libanesa (los libaneses tienen fama de ser lo más sofisticado y afrancesado del mundo árabe/musulmán), me ha sorprendido gratamente, porque sin perder su esencia de filme modesto, va más allá del tópico universo femenino, repleto de relojes biológicos acelerados y amores imposibles. Y si no, cuando vean la película, díganme qué opinan de la triste historia de la mujer que sacrifica su vida por cuidar a su hermana demente.

Otra peculiaridad de Caramel es que es una película libanesa que no toca para nada temas bélicos, algo que interpreto, quizás ingenuamente, como que el equipo de esta película ha querido demostrar que las naciones asoladas por la guerra y la violencia también tienen su derecho (y talento) a hablar de otras cosas sin resultar por eso banales o despreocupadas.

Producida con dinero francés, y dirigida y protagonizada por la bella Nadine Labaki, cuenta la historia de cuatro amigas libanesas. El principal escenario donde se desarrolla la trama es un salón de belleza de Beirut donde se aplica un famoso método de depilación a base de una pasta de azúcar, agua y limón, el "caramel" que da título a la película. Y es esa, precisamente, la sensación que a uno le queda tras su visionado: el de haber saboreado un breve pero dulce caramelo con cierto regusto ácido.

lunes, 18 de mayo de 2009

Tiene calor...

pero no se quita ni uno solo de los tres jerseys que lleva.

Tiene hambre a todas horas, pero nunca come con avidez.

Tiene sueño, y sí, espanta el sueño con cafés y bebidas poco saludables, pero no duerme.

Respira mal, pero no se obliga a relajarse y a respirar como le enseñaron sus profesores de gimnasia y danza y demás gaitas físicas.

No está bien, pero no hace nada por ayudarse.

Quiere escribirle, pero no lo hace.

Quiere llamarle, pero no le llama.

Quiere que vaya a la fiesta, pero no le avisa de que hay una/la fiesta.

Quiere, quiere, quiere...Pero no hace nada. Nada.

jueves, 14 de mayo de 2009

Últimamente, me siento (un poco)...

como Will Smith en Soy leyenda. Vamos, que salgo a la calle y alucino con lo que veo, y me siento parte de una especie prácticamente aniquilada de la faz de la tierra (bueno, la diferencia es que el bueno de Will lo hace de día; yo, al caer el sol).

Es que sucede que cada vez entiendo menos al género humano; el funcionamiento del mundo, en general.

Y ayer...Cómo expresar lo de ayer. La Masa se lanzó a la calle, vestida de los mismos colores, gritando, insultando, clamando y aclamando, jurando...Hombres, mujeres, niños, viejos, de todas las edades, tamaños y colores y clases, unidos por una misma pasión.
Presencié (y sufrí) toda una catarsis febril, una histeria colectiva francamente abofeteable. ¿Y cuál era el poderoso motivo? ¿Parar una guerra,

o decir: "¡Eh, poderosos del mundo, ¡nos hemos dado cuenta de que somos vuestro ganado y hoy es el día del Gran Motín!",

o protesar contra la crisis económica (creo que en pocos países del primer mundo hay tantos licenciados con dos másters y cuatro idiomas trabajando de telefonistas),

o, qué se yo, confesar bajo el cielo un secreto o convicción merecedora de una rápida extensión?

Pues no, se trataba de un partido de fútbol, nada más ni nada menos que de un combate entre dos grupos de tipos en bermudas que se desgañitan por meter una bola en una red el mayor número de veces posible.

En serio, soy yo, ¿o esto es de locos?

La única que me dio pena fue una niña que llevaba cierta bandera pintada en sus tiernas mejillas; me alargó su manita desde lo alto del andamio donde estaba colgada como un cachorro de mono (a sus padres no se les veía por ninguna parte, por cierto) y voceando el nombre de su equipo, me pidió que chocara mi palma contra su palma. Y yo no puede hacerlo, me pareció tan ridículo e incoherente con lo que pensaba en aquellos momentos, que pasé de largo, y la cría se me quedó mirando boquiabierta y triste, sin saber por qué aquella persona con cara de susto y vestida de blanco y negro juzgaba estúpida su actitud. Quizás cuando crezca me comprenda. O quizás no. O quizás ni siquiera se acuerde de ayer.

viernes, 8 de mayo de 2009

Promesas del Este


Una de las mejores películas que he visto en lo que va de año. Dura, violenta, desoladora, esperanzadora, dolorosa, tierna...¿se puede lograr generar todo este compendio de enfrentados sentimientos en menos de dos horas de metraje? David Cronenberg puede, y eso que su anterior Una historia de violencia (también con Viggo Mortensen como protagonista) me pareció un aburrido topicazo, impecablemente rodado, eso sí...

Pero en este otro filme, Viggo Mortensen (cuyo trabajo como actor, hasta ahora, no me gustaba especialmente), obra el milagro, y se transforma automáticamente en uno de los actores que más admiro. Porque una cosa es interpretar un papel (¿tengo que hacer la lista de actores y actrices que se limitan a poner morritos/gestitos/miraditas en teoría intensas, frente a la cámara?), y otra muy diferente SER. Porque una de las pocas cosas buenas que me enseñaron en mis tiempos de actor es que "interpretar" y "ser" son dos cosas muy diferentes, y que sólo los buenos actores SON. Y aquí, el amigo Viggo ES Nikolai Luzhin, un misterioso chófer que trabaja para la mafia rusa de Londres y que esconde más de un secreto. Pero su frío e impenetrable muro de intrigas se tambaleará cuando se enamore de Anna, una enfermera londinense de ascendencia rusa que atiende en su hospital a una adolescente rusa embaraza que finalmente muere.
El diario de la fallecida (todos los indicios apuntan a que trabajaba como prostituta explotada por una rama de la mafia de sus compatriotas) hará que Anna se introduza en el círculo de la gente para la que Nikolai trabaja, en un peligroso viaje sin vuelta que cambiará su vida para siempre.

Y Anna, gracias a Dios, no está interpretada por Charlize Theron o Scarlett Johansson, por ejemplo, sino que Anna ES Naomi Watts, otra magnífica actriz que hace creíble todo lo que se propone.

La película termina de redondearse y alcanzar el climax de la maestría actoral gracias a los magníficos secundarios: la madre de Anna (Sinéad Cusack, muy buena actriz, pero sólo conocida por ser la mujer de Jeremy Irons), su tío (Jerzy Skolimowski, que al parecer es director, pero que como actor quita el hipo), el gran intérprete alemán Armin Mueller-Stahl como el pérfido jefe ruso del tinglado londinense, y sobre todo, el francés Vincent Cassel (también popular por ser el marido de Monica Bellucci, qué mundo), que compone otro de sus descarriados/violentos/tiernos personajes sólo como él sabe, tanto que algunas voces denuncian que en muchas secuencias le quita la cámara a Mortensen, aunque yo discrepo...

Atentos sobre todo a la escena de la sauna (¿se puede ganar una pelea, estando completamente desnudo, a dos violentos chechenos armados con cuchillos? Ver para creer), y la de la ceremonia-tatuación de Nikolai.

Una maravilla. Pero, ¡ay!, he oído que están preparando la segunda parte...Miedo me dan.

PD: Mortensen fue nominado a esa falacia llamada Oscar, que si no fuera una falacia, debería habérsele entregado.