jueves, 20 de diciembre de 2007

Villa Kerylos


Aquella playa mediterránea,

la arena escupida de las entrañas,

el cielo, rasguño celeste terso hasta el dolor.

Agonizaba agosto, veinte años latían.


Él no quería ir, le obligó el amor.

El sátrapa eunuco,

le impuso un calor derretido,

una brisa de secano,

por ella todo lo aguantaba,

y en lo álgido de la tórrida tarde,

alzó la vista,

y más allá de la casa griega,

el infierno se abrió en el horizonte:

ellos se besaban.


Cómo sollozaba la piel imberbe,

por vez primera llegó el dolor,

cuando el dolor era,

hasta entonces,

compasión ajena,

noveluchas, mal cine, chanzas rosadas.


Y ellos, rodeando la casa griega,

cómo reían, mezquinos,

divertidos, dos décadas de inconsciencia.


Los amigos, ni se enteran.

Villa Kerylos, brilla, se ríe, ironiza.


En una semana, se acaba el verano.


Hay más gente en la playa.

Una niña gorda chapotea,

sus padres, orondos, la ignoran.

El helado de chocolate se derrite,

el cielo se tensa hasta la cicatriz,

Villa Kerylos se tiñe de magenta,

los amigos ríen, ni se enteran.


Unos negros comienzan a tocar el tambor,

y allá, delante de la casa griega, ellos continúan.


Villa Kerylos todo lo presencia,

el crimen,

¿cómo puede doler

algo que no se ve?


La renacuaja chapotea,

los padres ríen,

el chocolate parece sangre marchita,

el verano se escapa, veinte años.


Villa Kerylos, ¿cómo lo permitiste?


(Beaulieu-Sur-Mer, verano de 2002)


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