domingo, 22 de noviembre de 2009

Última noche en el Venice Simplon (6)

—¡Valiente tremendista! —exclamó Williams mostrando un gesto de susto forzado en su rostro de belleza patricia—. Aún es usted joven, monsieur Chevallier, ¿quién le dice que en un año, en dos, en cinco, me da igual, no le vuelvan a pinchar las musas?

—Sin ánimo de contradecirle de forma tan cruda, mister Williams —defendió Gerard su triste situación—, le confesaré que esto no tiene remedio.

—¿Pero de qué vivirá entonces si ya no escribe?

—Déjeme que le diga que he ganado dinero suficiente con mis tres libros como para vivir sin preocupaciones durante una buena temporada. Además, Diane, me ha sugerido que quizás pueda trabajar como profesor…

—¿Diane? —preguntó el inglés mirando de nuevo el reloj de pulsera de Gerard.

—Sí, Diane, mi prometida.

—Así que en París se reunirá usted con una mujer de la que parece estar enamorado…

—Lo estoy, amigo. Este viaje me ha ayudado a comprender lo mucho que la quiero y que, perdón por la sobredosis de glucosa, deseo envejecer junto a ella.

—Pues es usted muy afortunado, Gerard —dijo el inglés con un deje melancólico.

—¿Y usted? ¿Es que no tiene a nadie? ¿Esposa, novia, amiga…? —trató Gerard, poco sutilmente, de arrancar a mister Williams algún dato sobre su vida. Pero el aludido negó muy serio con la cabeza y se escabulló sin vacilar.

—El amor de esa Diane le ayudará, con toda seguridad, a aliviar su frustración…

—Yo no estoy frustrado, mister Williams— afirmó incómodo Gerard.

—No discutiré con usted sobre eso, pero apuesto a que le gustaría llegar a su casa, tras casi dos años de ausencia, con una gran historia que regalar a sus lectores, ¿o no? —inquirió el hombre con gesto de zorro astuto.

—Por supuesto que sí, pero mi viaje llega ya a su fin y tal cosa no ha ocurrido, mister Williams: esa historia no existe —replicó un cada vez más molesto Gerard. Intuía que aquel hombre iba a darle en breves momentos alguna clase de sorpresa, y no se equivocaba.

—¿Sabe una cosa, Chevallier? Aparte de que, como ya le he confesado, siento una profunda devoción por sus libros, le diré que me ha caído usted bien, francamente bien. Y he de reconocer que rara vez alguien me cae tan bien como usted, y mucho menos a la media hora de conocerle, como es su caso. Parece un tipo noble, sensato, culto, y lo que es más loable, humilde pese a su éxito. Lamentaría mucho que no escribiera usted nunca más. Por eso le propondré algo: me ofrezco a relatarle en cinco minutos, ni uno más ni uno menos, una apasionante historia que seguro que consigue reavivar su creatividad. Y cuando termine, si no le queda más remedio que reconocer que le he concedido un material lo suficientemente excitante como para revivir a su exigua tenia inspiradora, me regalará su Rolex.

—¿Cómo dice? ¿Que me dará una trama maravillosa a cambio de mi Rolex? ¿Pero tiene usted idea de cuánto cuesta este reloj? —preguntó Gerard entre la histeria y la indignación señalando su preciada y querida joya. Aquel inglés debía de estar definitivamente chiflado.

—No, no…, creo que usted no me ha entendido…No le digo que me dé su reloj a cambio de una historia, sino que me lo regale sólo si lo que a continuación le voy a narrar logra despertar en su espíritu la pasión suficiente como para condensarlo en una novela: en su cuarta e imposible novela.

—¿Y se puede saber por qué quiere mi reloj?

4 comentarios:

SWEET JANE dijo...

El señor williams me recuerda a Dorian Gray, una descripción muy "wildiana" (olé con el vocabulario)... Señor Greco no habrá visto uste un film del director portugués Manoel De Oliveira titulado una historia no hablada (traducción literal)...

Ian Grecco dijo...

Querida señorita Jane,
gracias por su comentario.

Pues la verdad es que no, no he visto esa peli, cuando mi escaso tiempo me lo permita, intentaré hacerme con ella en cierto videoclub que tanto usted como yo frecuentamos en el Casco Antiguo de nuestra villa.

Dulces sueños, Dulce Jane...

SWEET JANE dijo...

la ví contigo mi queridoIan Greco... en un cineclub de nuestra querida villa. Donde hay gente que tb dá para una novela... vamos que hasta podían haber ido de excursión en el trén

Ian Grecco dijo...

Cierto es, señorita Jane, ¡lo acabo de recordar!

Últimamente parezco el tipo de "Memento"...

Claro que me acuerdo del filme, y del final (sí que recuerda al de mi cuento), y de aquel tétrico cine-club, y de sus peculiares sujetos, y de mi discusión con uno de ellos, aquel profesor de historia que me devolvió mi propio ataque: "maniqueos son los que acusan de maniqueos"...

Buenas noches, mi querida señorita, y disculpe mi olvido...