miércoles, 14 de octubre de 2009

Última noche en el Venice Simplon

Recomendación: lean este cuento pensando en los actores Emile Hirsch y Ralph Fiennes como protagonistas. Allá va...

“Escúchame, Gerard; para un poco y escúchame. Lo que estás haciendo es huir de ti: de ti mismo. Y esa es una batalla de antemano perdida porque, allá donde vayas, chocarás una y mil veces contra tus limitaciones, contra tus flaquezas, miedos y obsesiones. El papel que tratas de desempeñar desde que publicaste tu primer libro atenta clamorosamente contra tu verdadera esencia. Eres como un pajarillo encerrado en una jaula que, incapaz de aceptar su situación, persiste en arrojarse una y otra vez contra las barras de metal; y que con cada golpe que recibe, alimenta aún más sus deseos de libertad; y que, embate a embate, comienza a ver cómo su cuerpecillo se llena de llagas y magulladuras, heridas que se agravan por segundos, conduciéndole irremediablemente hacia una amarga muerte. No sigas golpeándote así, Gerard, te lo suplico: de lo contrario, acabarás por aplastarte contra los barrotes de esa celda en la que tú mismo te has atrapado. Deja de correr, de buscar, de viajar, de experimentar, de ansiar nuevas personas, nuevos sabores, nuevos colores, nuevos olores, nuevos países y nuevos anhelos. Deja de esconderte de ti mismo pululando por el mundo como un nómada desorientado, fingiendo ser un alma deseosa de experiencias inéditas cuando sólo eres un pobre niño asustado. Al final, cuando ya no tengas a donde huir, caerás agotado, confundido y aún más perdido que cuando empezaste con esta espiral de marcha frenética. Vuelve a casa, Gerard, y quédate conmigo, te echo tanto de menos…No soporto ni un día más sin ti…¡casémonos! Acepta una vida sosegada y sencilla, pero no por ello menos digna. Olvídate de las ínfulas del éxito, de las lisonjas y de las falacias de la gloria del artista: sólo son los caramelos envenenados con los que te han tentado esos monstruos insaciables que desean exprimirte hasta el final; si les dejas, acabarán devorando hasta el último pedazo de tu ser. Te han llenado la cabeza de pesadas ambiciones que jamás hubieran brotado de una sencilla persona como tú. Mándales al cuerno y vuelve. Buscaremos un trabajo digno y gratificante para el que estés plenamente capacitado, ¿qué tal profesor? Estoy convencida de que serías un educador soberbio. O si no, quizás algo relacionado con la gestión de eventos culturales. Trabajar en un museo, en una galería de arte…, no me digas que no suena tentador y perfectamente compatible con tu espíritu sensible y generoso. Olvídate del mundo de los falsos mitos y recupera tu naturaleza de hombre tranquilo. Concédete, de una vez por todas, una tregua: te lo mereces”.


El Venice Simplon, un largo e impecable dragón de vagones dorados y añiles, avanzaba constante e imparable dejando atrás las hermosas tierras del norte de Italia, y las palabras de Diane repicaban en la cabeza de Gerard Chevallier como una suerte de letanía cargada de esperanza. En apenas unas horas, el lujoso tren le depositaría de nuevo en París, le devolvería a los brazos de Diane, y antes sus exhaustos ojos se abriría un nuevo camino a seguir, lleno de posibilidades que hasta entonces no había siquiera considerado. ¿Él, el admirado Gerard Chavallier, conformándose con una vida sin importancia? Pues sí, ¿por qué no?


3 comentarios:

Esti dijo...

hace tiempo que quería escribirte para felicitarte..

como siempre,
estoy muy orgullosa de ti :)

Ian Grecco dijo...

Eres de esa clase de personas que no necesita decirme que se alegra por mí cuando se entera de que me ha pasado algo bueno: sé que lo haces.

Muchas gracias, Princesa: por todo, siempre.

Esti dijo...

gracias a ti por seguir llamándome princesa :)

me gusta recordar la noche
en que me impusiste aquel título:
"princesa salvacositas",
¿te acuerdas?

aquella vela..
aquel mosquito suicida..
jajajja