martes, 20 de octubre de 2009

Objetos de los que se fueron

Cuando los muertos se van deberían llevarse todas sus cosas; sus casas, incluso, si resulta que tras su partida van y las dejan vacías...Porque a los que nos quedamos en tierra nos toca recoger, gestionar, administrar, tirar, eliminar, regalar, robar...Esto último es lo peor: porque a veces resulta que no nos queda otra que heredar y quedarnos con cosas que en vida fueron de ellos.

Hemos estado en su casa recogiendo y clasificando y no puedo evitar sentirme como un vulgar ratero: la hemos saqueado, vilmente. Joyitas, recuerdos, fotografías antiguas, vestidos perfumados con naftalina...Y se me ha hecho un nudo en la garganta cuando he visto que las humedades seguían devorando el techo de la cocina, aquellas humedades que, como insidiosos agujeros negros, tanto le preocupaban, "habrá que hablar con la comunidad, nadie hace nada, ¿cuánto dinero me costará?", y mientras limpiaba dos pescaditos, su segundo plato (ella siempre comía dos platos y postre), y me invitaba, "¿quieres que paseemos por el parque? Ya sé que te gusta pasear por el parque los días de sol". Claro que me encanta pasear por el parque los días de sol, acompañado, si es posible...Qué bien me conocía, cómo me quería. "Tú con los amigos no tienes mucha suerte, ¿verdad?", me solía decir. Y yo asentía.

De amor no hablábamos. Era tabú. Ella lo sabía. Mi pudor casi enfermizo me impedía hablarle a ella de mis amores. "Tú con los amigos no tienes mucha suerte, ¿verdad?", y yo asentía, y le contaba el último disgusto que me habían dado...Pero ahora, todo ha cambiado: tengo amigos, ella no está y en el cajón de mi cómoda guardo sus joyitas, aquellas que nunca debían haberla abandonado.

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