viernes, 16 de enero de 2009

Sylvia Plath y Anne Sexton: amigas y rivales (I)


Hacía tiempo que quería escribir un post sobre la legendaria y requeteanalizada presunta competitividad que se establece entre las mujeres, es decir: la rivalidad femenina. Y hoy, al leer en el periódico que se está preparando una nueva edición de la obra de Anne Sexton, la polémica poetisa norteamericana que fuera amiga de la también poetisa Sylvia Palth (y que al igual que ésta, también vivió aquejada de problemas mentales hasta perecer por su propia mano), he encontrado un motivo de peso para hacerlo; porque sucede que en este artículo, aparte de mencionar la gran amistad que se estableció entre ambas mujeres (coincidieron por primera vez en un curso de literatura cuando Plath contaba con 27 años y Sexton con algo más de 30), la palabra "rivalidad" se menciona unas cuantas veces.


Anne Sexton, ama de casa maltratada por su padre y su marido (y maltratadora a su vez de sus dos retoños), aparte de admirar a su amiga Sylvia (legendarias eran sus borracheras existenciales a base de martinis en el Ritz de Bristol), no podía por menos de envidiarla. Porque pese a que la crítica describa los poemas de Sexton como más auténticos y voraces que los de su amiga, era Sylvia, trastornos y depresiones aparte, la "mejor" de las dos: físicamente más hermosa, hija mimada de un prestigioso profesor austriaco y una ama de casa cariñosa, y para más inri, donataria de un gran éxito de crítica y público desde sus primeras publicaciones, popularidad de la que Sexton jamás gozó; al menos, en vida...


La relación de amistad entre ambas era tan intensa que cuando Sylvia acabó con su vida introduciendo su cabeza en un horno a la temprana edad de 32 años, alentada por un desolador contexto (su marido, el poeta Ted Hughes la había bandonado por la también poetisa suicida Assia Wevill, dejándola sola con sus dos hijos pequeños), Sexton explotó reivindicando la muerte de su amiga: "esa muerte era mía", declaró, y después increpó a Sylvia, a través de un desgarrador poema, que se hubiera suicidado sin contar con ella; eran múltiples las veces que ambas habían hablado en sus borracheras del deseo de arrebatarse la vida. Y Sylvia no la invitó al "acontecimiento". Hasta en eso la había superado.


Ya sé que lo que voy a escribir a continuación corrompe un poco la esencia de lo que estoy escribiendo, pero como este blog mío es igual de revoltoso que mi cabeza, no puedo evitar recordar las palabras que brotan de la boca de Kurt Russel en "Death Proof", de Quentin Tarantino, mientras camela a una muchacha llamara Mariposa (y que poco después será su víctima): "esta noche no se te ha acercado ningún hombre, ¿verdad? Puedo leerlo en tus ojos. Y hay pocas cosas tan hermosas como ver a un ángel herido en su amor propio".


No creo que el amor/envidia de Anne por Sylvia fuera sólo porque ésta era físicamente más espectacular que ella, pero la frase de Russel deja caer que en el inconsciente colectivo subyace la idea de que si una mujer no es reconocida, frente a otra/s fémina/s, como la "número uno" en cierto ámbito, ésta no podrá por menos de sentirse infravalorada y dolorida, "como un ángel herido en su amor propio", como si una mujer, más que un hombre, dependiera de forma enfermiza de la aprobación de su entorno para tener un nivel de autoestima aceptable que le permita seguir avanzando en todo aquello que se proponga.


Me he ido por las ramas, pero seguiré hablando del tema en otro post.


De todos modos, yo sigo siendo presa del convencimiento de que la envida, en su lado más oscuro (porque hay quien habla de envida "sana" como sinónimo de admiración) es un sentimiento del que hay que procurar huir por mucho que nuestra soicedad la fomente como un mal inevitable del hecho de vivir en una jungla humana.

2 comentarios:

PePe dijo...

De Sylvia Plath a Death Proof en sólo unos párrafos. Jo-der. Permita que le pelotee, señor Grecco, y le diga que es usted EL PUTO AMO. Que le sea leve su lovecraftización ;)

Ian Grecco dijo...

Jejeje...Pues el otro día estuve a punto de aludir a Vincent Price y a la Casa Tarradellas (sí, sí, la de las butifarras) en un mismo párrafo. Al final,lady Autocensura me venció...Algún día me atreveré...