domingo, 16 de agosto de 2009

Huír de la Fiesta

Lo llaman Fiesta, y no es más que un Festival de Penosidades...

La gente deja en casa su piel civilizada, esa que permite trabajar civilizadamente, emparejarse y hacer amistades civilizadamente, caminar por la calle civilizadamente (como un maniquí de grandes almacenes) o pasar inadvertido en un restaurante o en un teatro, civilizadas ubicaciones masificadas para urbanitas despersonalizados sin ganas de hacer demasiado ruido..., pero con la Fiesta, oh, creedme que con la Fiesta todo es diferente...

El alcohol fluye con saña, y no ese alcohol dulce y rico de las comidas y las citas pausadas...No, no: ahora se trata de ahogarse en un líquido repugnante más cercano a un remedio para heridas que a una bebida excitante. Porque el alcohol de la Fiesta es más: la savia que permite enfrentarse, durante cierto tiempo, a esa Civilización atosigante que se sube ya al cuello, amigo mío, y reprime a la bestia que uno lleva dentro.

Lo llaman Fiesta, y la Masa, lo único que hace es gritar, saltar, ¿bailar?, insultar, expresar sin contarpisas sus más vergonzosos deseos y anhelos, mostrar muecas descompuestas en rostros hartos de la educación y los usos sociales. Y la Masa aguanta resignada, cansada, harta, porque a nadie le gusta encontrarse con otras bestias desfogadas: eso no tiene gracia. Los seres festivos se tropiezan, se manchan, se insultan, se hablan, se molestan y se agreden, y los cuerpos sudorosos y alcoholizados de desconocidos se causan repugnancia recíproca en un auténtico festín de descontrol humano...

Asco. Dolor. Cansancio. Más de lo mismo. ¿Por qué todo tiene que ser tan... feo?

La madrugada trae ese delicioso frío cuasinocturno que me calma los ánimos. Y digo BASTA. Recurro a mi música oscura y melancólica, a mis hermosos profetas del desasosiego (entre otros, Placebo con The Cold, y sobre todo, el ángel Dave Gahan y su Saw Something), e inicio el largo recorrido de camino a casa. He decidido huír de la Fiesta.

Cuando me pregunten, diré que yo también estuve en la Fiesta. Y la gente me sonreirá: seré uno más del rebaño social.

3 comentarios:

Paula Zumalacárregui Martínez dijo...

Sí, yo también he sentido esto muchas veces... Creo que lo has descrito muy bien. Es como sentir una desagradable combinación de vergüenza ajena, asco y tristeza al presenciar un penoso espectáculo del Circo o Cerco Social. Pero he de admitirlo: en ocasiones -sólo a veces- me siento desamparada, como rara, al comprobar que mis límites se pierden en la oscuridad que ese cerco no abarca.

Paula Zumalacárregui Martínez dijo...

Perdón, me olvidaba de decir que no siempre es tan malo. A veces es peor: llego a sentirme integrada y etílicamente feliz ;)

Ian Grecco dijo...

Hombre, la verdad es que yo también me lo paso muy bien, muy pero que muy bien, muchas noches de juerga infernal...

Pero el post este, todo hay que decirlo, lo escribí tras dos noches muy moviditas (con sucesos y encuentros de todo tipo)que le dejan a uno medio muerto, especialmente, cuando se llega a casa cuando ya ha amanecido y los pajaritos cantan, que es de un decadente...En fin, ¡a ver este fin de semana como acabamos!