viernes, 6 de febrero de 2009

La Enana


La vi allí, tan normal, aceptando lo que era.
La vi allí, tan normal, consciente de que nunca sería lo que en el fondo deseaba.
La vi allí, no satisfecha, pero sí conforme.
Y no pude evitar sentir celos...
La distancia que nos separaba era insalvable,
porque mi Persona no sabe aún lo que
puede dar de sí. ¿Y si no da más de sí?
¿Y si no doy más de mí?

En cambio, ella, La Enana, serena,
resignada, ni triste ni feliz, sino viva,
sostenía su copa y vencía a la noche.
Conversaba con sus amigos,
ajena al Mundo de las Ofensas,
un mundo que no iba con ella.

Mi espíritu se abatió pese a que
mi cuerpo permanecía rígido
como un obelisco:
yo quería ser ella, porque ella
estaba en perfecta armonía con
su condición; su alma y su cuerpo
se correspondían al cien por cien.
Ignoraba todo lo demás,
cánones, directrices, frustraciones...

Ella no estuvo en su nido demasiado
Tiempo,
como tú, como yo, y otros tantos;
ella nació Enana, lo aceptó, y
allí estaba aquella noche,
dándome una de las mejores
lecciones silenciosas
que he recibido en mi vida.

2 comentarios:

Sal Troccoli dijo...

Mis aplausos un bello poema, fue un deleite el leerlo.

Mis abrazos y hasta siempre.

Ian Grecco dijo...

Gracias, desconocido amigo,

bienvenido a La Arcadia Infeliz. Será un placer tenerle entre mis lectores.

Un saludo.