miércoles, 5 de noviembre de 2008

Otro extracto...

Ella, siempre tan pálida, famélica y lánguida, bullía en vida, en energía. Tenía las mejillas sonrosadas por el esfuerzo. Parecía otra, vital, desmelenada, desenfrenada. Estoy convencido de que disfrutaba, al fin, de poder “desencorsetarse” de la disciplina de la danza y hacer ejercicio sin pautas ni correcciones. Laura demostraba con sus movimientos y su aguante que se encontraba en una forma física envidiable; estaba claro que tenía una gran formación en una disciplina que exigía tanto esfuerzo y agilidad como el ballet. Pero eran tales los nuevos estímulos que recorrían a aquella muñequita articulada, tan violenta la libertad de la que gozaba entonces, que no pudo controlarse, y finalmente, en un momento dado, cuando la lata le venía a ella, la golpeó con su delicada mano, y en ese golpe, limpio, preciso, elegante, el tiempo se congeló para los que estábamos allí, porque vimos cómo, casi por arte de magia, la trayectoria de la lata, en principio dirigida a Bañuelos, daba un diabólico giro hacia atrás y se precipitaba por la ventana que algún imprudente había dejado abierta. Y al instante, escuchamos un sonido de choque y un instantáneo ¡AY! que llegaban desde el patio trasero, a donde daba la ventana. La lata le había dado a alguien, y el quejido, proveniente de una dolorida voz aguda, debía de haberse escuchado en un kilómetro a la redonda. Cuando se supo quién había sido la víctima del latazo, el destino parecía haber querido conspirar contra nosotros

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