domingo, 13 de enero de 2008

Petites Cauchemares III


Por fin las cosas tienen sentido. Después de casi veintiocho años de vida, comienzo a entender la maquinaria interna de esto de vivir, de esto de ser un ser humano, un animal social, un habitante de una ciudad occidental mediana de principios del siglo XXI, con todo lo que ello conlleva. Es como si durante todo este tiempo hubiera visto todo y cuanto sucedía a mi alrededor, sí, pero parapetado tras una pantalla translúcida, llegándome la verdad sólo a medias, trazada de forma zafia, a base de colores y perfiles y sombras y estímulos vastos y maniqueos.


Fui expulsado a la cuneta de la vida después del bachillerato sin apenas saber qué era lo que me gustaba y lo que me repugnaba, si ni siquiera sabía quién se escondía debajo de mi piel de pequeño príncipe sobreprotegido, siempre dispuesto a agradar, y a protestar por tener que agradar y no poder hace nada por dejar de agradar.


Me atrapaba a mí mismo en círculos viciosos en los que yo era el máximo responsable y culpable. Los amigos..., algunos los perdí por el camino: no eran lo que yo pensaba y, al parecer, yo tampoco lo que ellos creían. Nos quisimos, nos rechazamos y nos abandonamos, pero espero que el recuerdo no barra tan cruelmente lo bueno que vivimos.


Conocí a más gente, más amigos, otros tantos se extraviaron, y mis estudios avanzaron pese a mi desidia, ¿cómo lo hacía? Luego estaban los veranos, en Francia, en Inglaterra, en Hungría, la Playa, la Montaña Familiar, los Hoteles, los Amigos de Verano, los Amores de Verano..., pequeños paraisos estivales donde todo era agradable, pero efímero y artifcioso: se desvanecía en el otoño. Y eso lo hacía dulcemente repugnante.


Protesté por crecer tan deprisa, yo no quería, y nadie me avisó de que no podía frenar ni controlar nada, y eso me sumió en el caos: sí, yo también tenía la culpa de que cada año no rindiera los frutos esperados, y por ello me torturé, me reducí a muy poco, siempre la autoexigencia...Pero luego, no hace mucho, decidí extrapolar a mis demonios intransigentes de mi ser y así, separados mi Yo de mis Males, pude librar la batalla a mis anchas: supe en qué flaqueaba y en qué destacaba, todo era cuestión de alcanzar el equibrio.


(continuará)

2 comentarios:

Esti dijo...

éste es un post muy valiente, ian.

está claro que tienes lo más importante para lograr ser lo que quieras ser; estás dispuesto a enfrentarte contigo mismo.

a mí, personalmente, me gustarás tanto o más cuando ya no te importe lo que yo ni nadie pensemos de ti..

Ian Grecco dijo...

Gracias, Paaliy, por comprender a la perfección, una vez más, la esencia que late en mis mensajes. Y espero que cuando me desquite definitivamente de mis temores más fastidiosos, estés ahí para verlo.