jueves, 23 de abril de 2009

Trocito a trocito...

Henry debió de cansarse de estar de pie, y optó por acomodarse en el suelo de mi cuarto, sobre la alfombra, y la cosa dejó de ser tan “rara”. Yo sólo miraba mi manzanita, no me atrevía con sus ojos, pensando, temiendo, que estuvieran clavados en el vacío como los de un enajenado mental. Pero la tira de imágenes que me enganchó en la cabeza hacía presagiar que su mirada no debía de estar precisamente en calma. Cuando terminó de hablar (con un tono de voz que rozaba el grito), se acercó a mí, pero yo seguí sin mirarle, concentrada en mi manzana, ya reducida al hueso y a las semillas, y noté con tensión que se sentaba a mi lado y que alargaba su mano hacia mi mejilla izquierda en una amago de caricia consoladora, como si me acabara de comunicar una tragedia y quisiera reconfortarme. Pero justo cuando sus dedos rozaban ya la línea de mi mandíbula, un estruendo hizo que ambos diéramos un bote sobre el colchón. La puerta de la entrada acababa de cerrarse de un portazo. Henry debía de haberla dejado abierta y la corriente había hecho el resto. Entonces, sin decir una palabra, salió volando del cuarto. Posiblemente pensó que aquello era una señal, que mi tía estaba a punto de llegar y que era mejor no verle la cara a aquella hermosa bruja de la que yo le había hablado sin mucha simpatía. Yo tampoco le miré ni le dije nada. Dicen que lo mejor para ahuyentar a un fantasma es hacer como si no se tuviera conocimiento de su presencia: eso le arrebata su energía y su razón de ser.



Las sienes, la cabeza y los oídos me destrozaban desde dentro; me mareaba…Comenzó a llover. Las tripas se me retorcieron. La voz me temblaba. Ya no tenía fuerzas para suplicar, una vez más, que no me abandonara. Me di la vuelta y me alejé de ella, que recta como un junco, se quedó en el portal de su academia esperando a su padre. Anduve como si acabara de donar un litro de sangre. Me choqué con una pareja que llevaba un carrito de bebé, la rueda de la sillita me pasó por encima de un pie, pero ni me dolió, ni escuché las disculpas, si es que las hubo. No sabía ni hacia dónde caminaba. Laura me acababa de dejar. Pero la gota de dignidad que aún atesoraba mi alma, me impidió arrodillarme y suplicarle con las palmas de mis manos pegadas.

4 comentarios:

Esti dijo...

"Dicen que lo mejor para ahuyentar a una fantasma es hacer como si no se tuviera conocimiento de su presencia: eso les arrebata su energía y su razón de ser."

me gusta, ian :)

Ian Grecco dijo...

¡Gracias, Paaliy!

Por cierto, lo he transcrito mal, aunque lo de "una fantasma" en vez de "un fantasma" queda como gracioso...

Esti dijo...

sí, jeje, me di cuenta.
pero en el corta y pega
se me olvidó cambiarlo ;)

por cierto;
leí tu relato y me impresionó.

me parece que la agilidad con que está escrito hace que uno "se meta" fácilmente en la cabeza de ese hombre.
y creo que sus dudas y su reflexión apresurada tocan puntos claves en torno a la violencia, la conciencia ética de las personas..

del hecho en el que te inspiraste, qué puedo decir; no hay palabras para describir el horror que el ser humano puede llegar a provocar.

pero, en realidad, tu relato y este mundo adolorido están también llenos de esperanza :)

"ya no hay vuelta atrás, ¿no? ¿No? No sé, ¿Por qué entonces, hace unos segundos, he dudado?"

"mi Dios no puede pedirme algo así (..) mi pueblo no puede pedirme algo así"

Ian Grecco dijo...

Gracias, princesa.

Seguro que tú, mejor que nadie, sabes lo indignante que es que te agredan (o incluso te maten), por poner tu cuerpo y tu alma al servicio de otros, otros sin voz y sin medios para defenderse, para protestar.