Es algo hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, estos días llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas.
Hermann Hesse, El lobo estepario
Hace tiempo que comprendí que los seres humanos no caducamos cuando dejamos de respirar o cuando mostramos un encefalograma plano, o cuando nos quedamos en estado vegetativo, perdiendo para siempre la conciencia y el raciocinio. No, señor: caducamos cuando nuestra vida deja de tener sentido, algo que ocurre en el momento que consentimos que pase esa oportunidad única e irrepetible que, de haber sido aprovechada, podría habernos conducido a una existencia completamente diferente y mucho más satisfactoria que la que al final nos acaba prostituyendo hasta el día de nuestra muerte. Por supuesto que al realizar esta tajante afirmación nos estamos moviendo en el territorio de lo hipotético; nunca sabremos a ciencia cierta si hubiéramos sido más felices de haber estudiado esa carrera que todos nos recomendaron rechazar, o de habernos instalado en ese país que al final se nos presentó demasiado lejano y temible, o de haber escogido como pareja a ese hombre o a esa mujer que, pese a hechizarnos, permitimos escapar. Sí, de acuerdo, hablamos de posibilidades remotas, de probables, de posibles, qué sé yo cómo definirlo, pero estoy convencido de que a raíz de lo que acaban de leer no han podido evitar acordarse de sus espinitas particulares, de esos “pudo ser pero no fue” que ustedes también arrastran, ¿a que sí?
domingo, 2 de noviembre de 2008
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1 comentario:
qué bueno volver a leerte, ian!
me alegró mucho saber de ti..
y me encanta que compartas aquí algunos fragmentos de tus relatos.
por cierto, felicidades por lo del concurso!!
la verdad es que te eché de menos en este tiempo de silencio.
un abrazo muy fuerte! :)
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