Qué bien, huyendo de la cámara, riéndonos de ciertas estampas, comentarios, actitudes (cómo olvidar a las ordas de zampones...).
Y la terraza inmensa, y la gente elegante (a su manera, aquel clon de Anna-Nicole Smith, buff...), y la brisa de principios de primavera.
La vista era..., ¿hermosa? Más que eso, se veía la Universidad, tan distante pero regia, como reivindicando su lugar en nuestro pasado. Fue alentador descubrir que habíamos sobrevivido a su incomensurable presencia. Que la habíamos vencido.
Aunque todo lo de ayer, como bien dijo alguien que yo se me sé, parecía una de esas comedias románticas (y ligeras hasta la levitación) de Matthew McConaughey, donde todo es tan artificosamente pulcro, impecable y sonriente, tan como recién sacado de las páginas del Vogue, que incluso da un poco de asco...
Cuánto tiempo hacía que no bebía cava entre semana, que no caminaba serpenteando, con la burbujeante savia haciéndome ver todo más tridimensional, caótico y claro a la vez, plácido y feliz. Qué dicha, el llegar a casa con un tenue y delicioso mareo, y acostarme en la cama, y sentir que mi cuarto giraba conmigo dentro de un peculiar tiovivo nocturno.
Me lo pasé muy bien.
Gracias por acompañarme.
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