Existen ciertas noticias que leí una vez en el periódico que me impactaron, que me hicieron llorar y que me quitaron el sueño durante varias noches, noticias cuyo contenido está guardado sólo en mi memoria, porque cometí el fallo de no recortarlas, y permití que acabaran en el contenedor del reciclaje o de la basura. Y antes de que se pierdan definitivamente en mis recuerdos, hablaré de ellas aquí.
Una fue la que relataba la tristísima historia de ese niño abandonado por sus padres que residía con su abuela de avanzada edad, el único familiar que le quedaba y que le había acogido cuando la madre del pequeño, drogadicta perdida, desapareció en las calles para no volver.
La abuela materna le crió y le mimó, salvando al crío de perecer en fríos internados o casas de acogida.
No muy lejos de la casa de la anciana, vivía otro muchacho de la misma edad del pequeño, cuya vida era prácticamente una réplica: abandonado, repudiado y finalmente acogido y criado por su abuelo, que lo había criado como a un hijo.
Ambas historias, propias de un relato de Dickens, podrían haber confluido en un bonito final en el que los pequeños se hacían amigos inseparables y sus respectivos abuelos lograban simpatizar hasta el punto de formar una agradable parejita de la tercera edad. Pero nada más lejos de la realidad. Lo que sucedió fue que el chaval criado por el abuelo asesinó a sangre fría a su réplica, de forma grotesca, no recuerdo exactamente cómo, pero a saber: arma blanca o alguna clase de medio manual que hace aún más cruento el asesinato de un ser humano.
Así se relacionaron los dos niños de dramática existencia: no con una amistad, no con una camaradería, comprensión y unión originada por la conciencia de ser dos maltratados por la vida. Todo acabó en asesinato. ¿Y el motivo? Cada vez que recuerdo la frase de la pobre abuela explicando su opinión sobre el asunto, se me retuerce el estómago: "le mató para quitarle su escopeta de perdigones, justo antes de que nos fuéramos de vacaciones al pueblo". Una escopeta de juguete barata, posiblemente comprada por la anciana a su hijo/nieto con todo su cariño; un inofensivo lujo, un detalle que a nadie debería haber ofendido; un trocito de dicha, de infancia robada, de pista de lo que debería haber sido su vida...Una escopeta de perdigones despertó la rabia, la envidia, la sangre...Y no olvidemos que antes del asesinato, la anciana llevaba de vacaciones a su pequeño, ¿a dónde? Imaginénse, lo llevaba a un trocito de vida rural, de casas de piedra y animales libres, otro minúsculo presente que la abuela concedía a su nieto difunto como lo más precioso del mundo, aunque no hubiera playas turquesas ribeteadas de palmeras ni hoteles titánicos.
Cada vez que me acuerdo de esa abuela y de la escopeta de perdigones procuro pensar en otra cosa y doy gracias a Dios de no haber recortado la maldita noticia.
jueves, 28 de junio de 2007
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