desprenderme de mi particular versión, atosigante y frecuente, del "síndrome de Estocolmo": no pienso volver a justificar a mis verdugos.
comenzar a exigir a mis amigos lo mismo que yo les doy, ni más ni menos. Lo contrario crea relaciones insanas y asimétricas que terminan mal, la mayoría de las veces.
comprender que no hay tantos despistados como parece, y que se puede hacer daño por acción y por omisión, y que casi siempre, los que lo hacen por omisión incurren en dolo.
dejar de sentirme culpable por mis (presuntas) virtudes y dejar de torturarme por mis imperfecciones.
darme cuenta de que la mejor venganza contra los que nos desprecian o maltratan es tratar de ser tan feliz y honrado como se pueda. Los villanos detestan las sonrisas y comprobar que otros seres humanos sí son capaces de despertar afecto e interés en sus semejantes.
no llevarme un disgusto cuando me desprecian y me marginan, y disfrutar de los que me aprecian y me buscan: ellos sí merecen mi energía.
llegar a la conclusión de que la envidia, el miedo y los prejuicios son las causas que provocan la mayoría de las enemistades en este mundo tan competitivo y exigente.
poder decir abiertamente que me siento maduro y feliz, y que me gusta vivir, y que tengo mil y un proyectos y planes, y que quiero a tanta gente que sé que me quiere que hay momentos en los que me siento un globo a punto de reventar de dicha.
no avergonzarme de ser, en ocasiones, más cursi que una bandeja de merengue con un lazo rosa.
martes, 15 de septiembre de 2009
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2 comentarios:
jo, qué contenta me ha puesto leer todo esto! :)
admiro tu sabiduría y me alegra tu felicidad.. no sabes cuánto!
te quiero mucho.
Yo también te quiero, Paaliy.
Lo bueno de ir cumpliendo años es que te das cuenta de tantas cosas...
Y espero que tú también seas feliz, ¡y creo que así es!
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