En mis atosigantes elucubraciones llegué a la conclusión de que la culpabilidad de mi desgracia pesaba ya sobre la ciudad entera.
No tenía yo entonces madurez suficiente como para aceptar que aquel viaje de enriquecimiento cultural sólo un envoltorio, de cara a la galería, para ocultar la verdadera naturaleza de mi partida: una huída, una huída sin remedio, condenada al fracaso desde el principio, porque fuera a donde fuera siempre acabaría chocándome conmigo misma, y cada nuevo golpe sería aún más doloroso que el anterior.
Tras contemplar la Quinta Parroquia, seguí caminando. Sola.
jueves, 22 de enero de 2009
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