HOGAR
Yo nací en Babilonia
entre melocotoneros y olivos.
Los dátiles eran dulces,
los ojos afables de mi gente, almendrados;
la felicidad sabía a café amargo y pasteles de pistacho,
y la canción del viento de allá,
aliento del Medio Oriente,
jugaba apaciguador con nuestras chilabas de hilo.
Mi casa era de mármol, agua y desierto.
Crecí en sus fuentes interiores,
sobre los tapices de sus suelos fríos.
Luego llegaron los hombres de verde musgo,
y trajeron la furia del metal hambriento.
El ocre de mi pobre suelo
se moteó de púrpura viscosa,
y los míos desaparecieron.
El firmamento observó el grotesco festín,
indiferente y enrojecido.
Ahora, ya no vivo en Babilonia.
La suerte del fugitivo es el
tormento del melancólico.
Y esos que decían querer salvarnos
sollozan desorientados;
no saben cómo volver a su casa,
mientras, destrozan la nuestra.
VERANO EN UN BARRIO POBRE
Qué larga es la avenida, ¿verdad, madre mía?
Más aún en este agosto reseco, brillante, doloroso.
La avenida es un corredor hacia la NADA.
¿Cómo logras cargar con nosotros?
Yo en la silla, él de tu mano, y tú, sola: sola…
Padre no llega, has ido a la policía.
Y el vecino grimoso aprovechó tu desamparo para tratar de…
Y tú sola: sola…, con tu vestido viejo de flores,
negándonos con la cabeza peticiones
continuas de juguetes estúpidos.
¿Nuestros lujos? Sandía de postre, chapoteo en la piscina de plástico,
y la sucia palmera del patio.
Soñamos con islas paradisíacas a través de la etiqueta del gel de baño,
hecho con limones del Caribe.
Y papá, no llega…Pero pronto lo hará.
Agosto expira mientras tú nos paseas por la avenida,
con tu vestido viejo,
Afrodita del asfalto, Madre Tierra del extrarradio.
Paciencia: enseguida será otoño.
LULÚ DE MONTMARTRE
(París, verano de 2003)
Una vez fui turista en París, y subí a Montmartre
en busca de molinos rojos y hadas de absenta,
pero allí sólo encontré a Lulú de Montmartre,
decrépita ninfa de Pigalle, acompañada de un acordeonista.
Ella bailaba, invitaba a los caballeros…, bailad, malditos, bailad…
Su atuendo, un sucio vestido blanco de chiquilla;
las uñas, carcomidas de esmalte roído; el pelo, negro, a lo garçon…
Cómo bailaba, cómo acechaba, cómo embaucaba mi pobre Lulú de cejas desdibujadas…,
hasta que cometió un delito, Dios sabe qué delito…
Su amo y señor acordeonista la abofeteó sin miramientos.
Yo no hice nada, nadie hizo nada. Lulú sollozó,
la sangre enrojeció su grueso labio y corrió colina abajo.
Él la siguió tras emitir un grotesco bramido. No se vio nada más…
El espectáculo había terminado.
“Sólo son gitanos”, alivió el público su conciencia.
martes, 17 de marzo de 2009
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2 comentarios:
me han gustado mucho, ian
mucho
Gracias, Princesa.
Espero que estés bien por allá. Tus "minsculas" me hacen ver que sigues creciendo y acumulando experiencias..., pero no sabes qué ganas tengo de que me cuentes todo eso en persona. Todo se andará...Un beso.
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