Ayer, después de darle la cena (que fue un infierno, cenó fatal, y no había manera de que se tragara la pastilla tranquilizante), se quedó farfullando, hablando entre dientes, palabras sin sentido, o al menos, sin sentido para los que las escuchamos. Quizás en su cabeza todo es armónico, equilibrado, básico pero efectivo. Pero la mayoría de las veces no entiendo ni una sola palabra de lo que me dice.
-¿Qué dices?
-Que está lloviendo.
-¿Dices que está lloviendo? Pero si no llueve, mira a través de la ventana: no llueve. Y escucha, no se oye nada, no hay sonido de lluvia.
-Sí, sí que llueve, ¡que llueve! Llueve para que me escuchéis.
Llueve para que me escuchéis. "¿Para qué llueve?" "Llueve para que me escuchéis". Qué diálogo más absurdo, como uno de esos sacados de un mal manual de idiomas para principiantes. No sé, no entendí lo que quería decirme, pero ayer aprendí una cosa nueva: que en ocasiones, llueve para algo. Y ayer llovió para que ella fuera escuchada.
jueves, 13 de diciembre de 2007
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2 comentarios:
gracias por compartir esto
de verdad, gracias
A ti por apreciarlo. Porque sé que lo apreciarás mejor que nadie.
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