jueves, 6 de septiembre de 2007
Letanías del estudiante eterno
Parece que al final tenían razón y que yo me equivocaba, que es cierto, que mi lugar está ahí, en ese escritorio color miel oscura lleno de compartimentos y cajones; debajo de esa lámpara flexo dorada, brillante e impecable pese a que ya tiene más de diez años. Mi lugar está frente a ese cuadro impresionista que sale en la película "Amélie" y para el que imaginé una historia que nunca escribí. Parece que al final tenían razón: rata de biblioteca naciste, rata de biblioteca morirás. A memorizar, subrayar, esquematizar, como si los años se hubieran estancado en mi peculiar vericueto existencial: por siempre estudiante, refugiado, al amparo de los padres, recogido en el cuarto hora tras hora, brille el sol o comiencen las inclemencias del invierno. En tardes de melancolía por tiempos de vacaciones, mi mirada huirá nostálgica a través del cristal de mi ventana, chocará con las motañas verdes del horizonte, crueles promesas de libertad. Pero mis apuntes toscos e impávidos rugirán, bajo mis ojos, amenzantes: "no nos pierdas de vista, te has consagrado a nosotros". Y no se equivocarán. Mi cerebro de paquidermo deberá concentrarse en eso: en retener datos. Saldré de noche, cuando terminen mis horas de estudio, medio vampirizado por la aridez de las materias, deseoso de que mi vida transucurriera de otra manera.
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