jueves, 31 de diciembre de 2009

Pues eso, que se acaba el 2009, llega el 2010...

y vamos a dejar constancia de ello en la Arcadia, ¿no?
¿Cosas malas de 2009? La peor, la muerte de un ser querido. El resto, tonterías.

¿Cosas buenas de 2010? Muchas, la verdad. La mejor: que he aprendido aún más reglas del funcionamiento de este Mundo y sus especímenes, lo cual quiere decir que si soy listo y pongo en práctica lo que ahora mismo es teoría, en 2010 me irán las cosas muy bien; mientras la salud me sonría, claro está...

Todo se verá, pero mi disposición es idónea: estoy feliz en mi piel, conozco a los que me quieren y a los que no lo hacen, y lo más importante, sé qué es lo que quiero hacer con mi vida.

Espero que todos los lectores de la Arcadia quemen la osamenta del 2009 por todo lo alto y resurjan el 1 de enero de 2010 como auténticas aves Fénix.

¡Feliz Felicidad!

martes, 22 de diciembre de 2009

Primera parte de La Teoría del Espejo (o "me enfado yo primero contigo para desvirtuar tu posterior enfado conmigo")


Pues eso, que este post va sobre la Teoría del Espejo, como la llama una amiga mía. Y es aplicable a esos casos en los que uno ve cómo un ser de su entorno afectivo se cabrea de veras con él pese a que está convencido de que no ha hecho nada, absolutamente nada, para merecer semejante actitud hostil y desagradable por parte del que hasta hacía poco era un ser querido.

Pero es que el mundo y sus habitantes son muy complicados, y resulta que hay personas que son incapaces de hacer autocrítica y responsabilizarse de algunas de las cosas malas que les ocurren (me refiero a esas cosas malas originadas principalmente por la actitud de uno mismo), y antes de reconocer su dolo, culpa o negligencia, atacan. Vamos, lo de siempre: que algunos se defienden atacando.

La Teoría del Espejo explica la extraña conducta de estas personas que sabiendo, en el fondo de su ser, que no han actuado bien, se apresuran en cabrearse bien cabreadas antes de que el enfado germine en el damnificado de turno. Esta gente piensa algo así como: "si me enfado yo con X, X no podrá enfadarse después conmigo, ya que yo me he pedido la vez primero en la cola de los enfados".

¿Conocen a algún "espejista" de estos? Son individuos fáciles de reconocer: están enfadados con un mundo que no satisface todos sus caprichos; adolecen de un claro desequilibrio psíquico que les lleva al pensamiento caótico (o todo negro o todo blanco); se creen firmemente víctimas de una conspiración planetaria engendrada con el objetivo de hacerles desgraciados; tienen problemas con todos y con todo, con amigos, familiares, amores, jefes y compañeros de trabajo.
No sólo no agradecen la ayuda de las personas bondadosas que tratan de hacerles entrar en razón y ayudarles a vivir serenamente, sino que se vuelven contra ellas cuando éstas no hacen lo que ellos quieren o dicen lo que ellos desean escuchar; su capacidad de exigencia no tiene límites, pueden llegar a estrangular emocionalmente a quien cae en sus garras, y en las situaciones límite (cuando llevan sus pretensiones, comportamientos intolerables o chantajes emocionales demasiado lejos) llega "El Espejo": actúan como deberían actuar los seres comprensivos y cariñosos que tratan de ayudarles, y se enfadan.

Vamos, que muerden la mano del que trata de sacarles del lodazal de dolor en el que viven.

(continuará)

jueves, 17 de diciembre de 2009

Requiem por la parada técnica en Lerma...


porque ahora es diferente, aunque en teoría siga habiendo una parada técnica en Lerma...

Pero no, no es lo mismo.

Adiós, adiós, al tétrico hotel Alisa, aquel que tras más de dos horas de viaje en autobús (bien con el aire acondicionado a tope dejándole a uno cubito de hielo, bien con la calefacción mórbida por los cielos dejándole a uno al borde del vómito), nos recibía con sus melancólicos camareros y sus bocadillos de pan rancio. En mi caso, casi siempre cuando había oscurecido.

En aquel mostrenco de piedra castellana con nombre de princesa antediluviana era imposible encontrar una sonrisa, acaso un gesto de amabilidad, entre sus empleados. Pero bueno, probablemente el equipo de camareros del hotel maldito bastante tenía con enfrentarse a una horda de viajeros confundidos en busca del chorizo marchito y los cafés tipo bomba estomacal que ofrecían.

Adiós, adiós, a la comitiva de viajeros zombies que se quedaban por las inmediaciones con sus propios refrigerios envueltos en papel de plata, y que deambulaban por los márgenes de Alisa como con miedo a entrar y no pedir nada, aunque quizás fuera que el lugar les revolvía el estómago, y por eso preferían sufrir las inclemencias del frío meseteño.

Un amigo ya me lo decía: "la parada técnica en Lerma es como el principio de una peli de terror, el prólogo antes de que aparezca un psicópata sierra eléctrica en mano y dé matarile a todos; o más bien, viendo a esas masas de gente torpezuela y de gesto perdido con sus bocatas, cada una en una dirección, algo sobre muertos vivientes".

Pues sí...Sí que daba para algo oscuro.

Pero ya no, porque ahora la parada técnica en Lerma, antes de llegar a la capital del Reino (a no ser que cojas el VIP), te deja en un hiperlimpio, hiperdespejado e hiperordenado amplio espacio moderno y chic de techos interminables, tienda de productos varios (Barbies incluídas) estilo gasolinera de luxe, y un pulcro servicio de cafetería tipo cadena de hotel barato, con sus bocadillos crujientes y empapelados amontonados según su relleno, y hasta platos de carne y verdura para los comensales más exigentes.

Y si mis sentidos no me traicionan, he creído ver amagos de sonrisa en los rostros serenos de sus camareros uniformados de rojo y negro.

Adiós, adiós, pues, a Alisa y a sus adustas gentes; a sus embutidos calamitosos y a sus sobaos grasientos para regalar; a sus zombies desorientados; a sus cafés venenosos; a sus paleolíticas fotos de la zona en blanco y negro (con posibilidad de ser compradas) que más que melancolía e interés, provocaban que a uno le dieran ganas de salir corriendo de allí rumbo a una playa con palmeras...

Ahora, el hotel Alisa, abandonado por todos los viajeros de autubuses que allí descansaban, está más maldito que nunca, con lo que las posibilidades de crear una historia de terror inspirada en el lugar cobran más fuerza: ¿qué tal un chofer despistado que deja a sus pasajeros, en vez de en la parada moderna, en la antigua parada, donde viven ahora los empleados fantasmas de un hotel abandonado que cobran vida para vengarse de los que dejaron de consumir allí y provocaron la clausura del lugar? Hummm...

Quizás algún día escriba algo sobre el hotel Alisa...El maldito hotel Alisa.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Happy Birthday, Mister Brian Molko


Observen la foto, ¿qué ven? ¿Chico o chica?

Pues ni una cosa ni la otra: dejémoslo en ángel, dejémoslo en Brian Molko.

De la misma forma que Michael Jackson se reía de sí mismo (y de los que estaban obsesionados con su color/no color) en una de sus canciones comentando que qué más daba que él fuera "black or white", yo desde aquí animo al excéntrico, maravilloso, talentoso, andrógino, bisexual confeso e irrepetible Brian, líder de la banda británica Placebo, que haga lo mismo: que grite que qué más da ser chico o chica...Qué más da cuando se es tan valioso.

Él es Brian, Brian Molko, el chico aficionado a vestirse de mujer, y a pintarse las uñas y los ojos de negro. Primero quiso ser actor, y se fue a Londres a conseguirlo, pero destestaba que le dieran órdenes y pautas...Gracias a Dios, supo escucharse a sí mismo, y buscó el Plan B: la música. Allí encontró su verdadera voz, la forma de vivir en libertad: su ecosistema.

Él es Molko, Brian Molko, ciudadano del Mundo con apellido ruso, padre estadounidense dedicado a la banca internacional y madre escocesa; nacido en Bruselas, residente en destinos cambiantes debido al trabajo de su padre (Líbano, Liberia, Luxemburgo...)y estudiante en exclusivos colegios internacionales (donde fue marginado por ser valiente y coherente consigo mismo y no ocultar su mágica naturaleza de rara avis).

Él es Brian Molko, un Artista que canta en su inglés materno y en su encantador francés aprendido, y que hoy cumple 37 años. Y como es el líder de una de mis bandas musicales preferidas, artífice de esas canciones que me acompañan en la soledad de mi cuarto en mis horas de martirio estudiantil y en el fondo de mis cascos oscuros durante mis paseos en soledad, desde aquí lo digo: que le deseo un feliz día de cumpleaños. Y que gracias por crear joyas como Protège moi o Slave to the wage o Meds o Battle for the sun o In the cold light of the morning o A song to say Goodbye o Twenty years...

Otro poeta maldito del siglo XXI.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Y otro trozo más...


La soledad es un sepulcro que muchas veces levantamos conscientemente sobre nuestras cabezas, pero eso sí: movidos por las circunstancias. La soledad puede pasar de ser un tesoro a ser una maldición; de ser ansiosamente buscada a ser repudiada por insoportable y mezquina.
–Hay personas que poseen habilidades sociales pero que luego son auténticas energúmenas, quiero decir: saben cómo y cuándo ser simpáticas u ocurrentes, y cuándo, más frías y duras, y así, lograr lo que se proponen, pero luego, en cuanto a bondad y calidad humana dejan mucho que desear. Son animales sociales, pero no buenas personas —le decía yo a Henry, aludiendo a mis joviales acosadoras, aquella tarde en la que el cielo nos declaraba al fin una suerte de tregua. Algunos rayos de sol, incluso, se habían atrevido a romper la gris uniformidad del firmamento bilbaíno—. Y precisamente por eso prefiero estar sola que acompañada por esa clase de seres, no quiero pasar mi tiempo con animales.

Caminábamos por la larguísima calle de Máximo Aguirre, cerca de la casa de la abuela de Laura, tras apearnos del autobús que acababa de cruzar el puente de Deusto.
Aquella tarde, pese a que yo me había dado tanta prisa como había podido en recoger mis cosas, Henry se había rezagado (quizás a causa de la debilidad que le había dejado la enfermedad) y habíamos perdido el autobús de itinerario mágico. Así que tomamos aquel otro, el siguiente que llegó. La idea de apearnos cerca del Parque de Doña Casilda, a media hora de casa, fue idea de Henry, y yo acepté. Me apetecía pasear por aquel hermoso parque con estanques llenos de patos y cisnes, fuentes y estatuas de piedra, y vegetación oscura, un pequeño oasis dentro de la jungla urbana.

No supe si era porque estaba cansado o porque le apetecía prolongar nuestro paseo, pero a los pocos minutos de pulular por allí Henry me propuso detenernos un rato en una cafetería del parque.

–Es que tú también eres un animal, Ana –me dijo mientras nos sentábamos en las mesas de fuera, algo oxidadas piezas de mobiliario de jardinería aún húmedas por las lluvias recientes. Me sorprendió que aquella cafetería tuviera terraza a las puertas del invierno, pero bien protegida, eso sí, por paneles macizos y toldos. Ante su acusación, guardé silencio.

–Bueno, no tienes prisa, ¿verdad? –me preguntó al ver que consultaba la hora en mi reloj. No era lo suficientemente avispado como para deducir que lo hacía como un tic nervioso, por hacer algo, por mantenerme entretenida en una tontería que me permitiera olvidarme un poco de que me había sentado a charlar con un ser humano de mi edad tras dos meses de rara relación.